Otras miradas

¿Explicaciones de qué?

Jonathan Martínez

Fotografía del 2 de junio de 2014, del rey Juan Carlos I en el mensaje con el que anunció su abdicación. Foto: Casa Real
Fotografía del 2 de junio de 2014, del rey Juan Carlos I en el mensaje con el que anunció su abdicación. Foto: Casa Real

Parece mentira pero han pasado ya ocho años. Un día como hoy de 2014, Juan Carlos I comunicó por sorpresa que colgaba la corona y dejaba la jefatura del Estado en manos de su único hijo varón. Fue el presidente Mariano Rajoy quien dio la noticia por la mañana. Después, por la tarde, el rey coincidió con la prensa durante una audiencia en la Zarzuela: "Nunca os habéis interesado tanto por mí como hoy".

Aquel día, los escribanos del periodismo oficial se abalanzaron sobre los teclados para dedicar al soberano sus mejores panegíricos, titulares satinados, columnas llenas de devoción fanática y epítetos fervorosos. No me resisto a reproducir algunas frases de las cabeceras más vendidas de España. "Gesto de magnanimidad". "Broche de alto nivel para un reinado de valoración muy positiva". "Cede el testigo de una Corona revitalizada". Cada vez es más complicado recorrer las hemerotecas sin ruborizarse.

En la calle, sin embargo, las opiniones sonaban con otra música. Y es que la dimisión del monarca tenía más bien el aspecto de un naufragio. Dos años antes, en plena crisis económica, Juan Carlos I se había partido la cadera de un traspié en Botsuana y muy pronto salieron a flote los pormenores más jugosos del incidente. Que andaba en un safari de lujo. Que lo acompañaba su amante alemana. Que usaba un rifle con fantasías de oro y cristales Swarovski. Que le gustaba fotografiarse junto a los cadáveres de sus presas. Elefantes. Búfalos. Rinocerontes.

En realidad la Corona no atravesaba sus mejores momentos. El CIS, que llevaba desde 1994 consultando la confianza de los ciudadanos en la monarquía, le dio a Juan Carlos I el primer suspenso de su reinado en noviembre de 2011. Eran tiempos de asambleas callejeras y caceroladas indignadas. El Gobierno de Zapatero había llegado agonizando a las urnas y Rubalcaba cosechó para su partido los peores resultados de su historia reciente. Juan Carlos I no volvería a levantar cabeza en las gráficas del CIS. Dos meses antes de la abdicación, la simpatía hacia la monarquía se había precipitado a un raquítico 3,7 sobre 10.

En febrero de 2013 vieron la luz algunos de los correos electrónicos que habían intercambiado Iñaki Urdangarin y Diego Torres durante los tejemanejes empresariales del caso Nóos. De su lectura se deduce que la Casa Real protegió al yernísimo y lo espoleó en una aventura emprendedora que iba a terminar en los tribunales. Asediado por las sospechas, el rey quiso recomponer su reputación malherida con un astuto golpe de efecto y renunció en público a su yate de lujo, el Fortuna, una mole de 41 metros de eslora con una suite imperial y dos cabinas dobles. La barquichuela era un regalo de una camarilla de empresarios que en el año 2000 había desembolsado dieciocho millones en un dudoso acto de altruismo.

La Casa Real ha aceptado desde sus tiernos comienzos los obsequios de sátrapas, banqueros y oligarcas de todo el mundo. En 1962, el príncipe Juan Carlos y la princesa Sofía celebraron su luna de miel en un viaje de cuatro meses alrededor del mundo. El magnate petrolero Stavros Niarchos les abrió las puertas de su isla privada y les prestó el yate Eros. Emilio Botín padre, presidente por entonces del Banco Santander, sufragó la excursión nupcial con un millón de pesetas de aquel tiempo. El 18 de julio, informa La Vanguardia, los dos tortolitos estaban en Hong Kong brindando por el aniversario del Alzamiento Nacional.

Parece mentira pero llevamos ya ocho años sin el viejo rey y desde el mismo momento de su abdicación hemos ido rellenando los huecos de su intachable hoja de servicios con novedades escabrosas sobre sociedades opacas, maletines y herméticas transacciones. Los 1,9 millones de dólares que donó el rey de Baréin y terminaron en una cuenta suiza. Los cien millones de dólares que donó el rey de Arabia Saudí. Los 64,8 millones de euros que recibió Corinna Larsen "por gratitud y amor".

Es imposible no pensar ahora en toda esa gente que depositó en el monarca una confianza a fondo perdido y poco a poco ha descubierto la amarga verdad. Que la Casa Real ha sido una variante pomposa y solemne del viejo timo de la estampita, una mercancía averiada, un sumidero de capitales. Que Juan Carlos I no trajo ninguna democracia sino que creó para sí mismo un blindaje legal que le ha permitido librarse de rendir cuentas ante la justicia bajo la armadura de la inviolabilidad. "¿Explicaciones de qué?", respondía el emérito a la prensa en Sanxenxo. Tres palabras que ofrecen el resumen más preciso y honesto de su reinado.

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