Otras miradas

Nápoles 1987: la rebelión del sur y el primer scudetto de Maradona

Ramón Usall

Historiador, escritor y profesor. Autor del libro 'Futbolítica'

Pancarta colgada en una calle del centro de Nápoles reivindicando su singular identidad. Foto: Ramón Usall
Pancarta colgada en una calle del centro de Nápoles reivindicando su singular identidad. Foto: Ramón Usall

El 10 de mayo de 1987 permanecerá para siempre grabado en la memoria de la ciudad de Nápoles. Aunque la capital de la Campania se apreste a revivir una sensación similar a medida que se acerca el fin de la presente temporada futbolística, para la historia quedará que aquel domingo de primavera de 1987, el Napoli, el equipo local, fundado en 1926, se proclamó campeón de la liga italiana por primera vez en su historia, ganándose así el derecho a lucir en el pecho de su camiseta el tan anhelado scudetto. El empate a un gol contra la Fiorentina fue suficiente para que los partenopeos mantuvieran, a una jornada del final, la ventaja de cuatro puntos que los separaba de la Juventus y del Inter, dos de los poderosos equipos del norte que tradicionalmente habían dominado el fútbol transalpino.

El pitido final desató la euforia entre las ochenta mil ánimas que se habían congregado en el estadio San Paolo, el actual Diego Armando Maradona, y la fiesta pronto se extendió hasta el último rincón de la ciudad ubicada a los pies del Vesubio, llegando a reunir más de un millón de persones en sus calles. La hazaña bien lo valía. La humilde Nápoles, una ciudad empobrecida y marginada, se había rebelado contra la tiranía futbolística que, a imagen de lo que sucedía en todos los ámbitos de la vida transalpina, imponía ese norte próspero, rico e industrial.

Dada la importancia de aquella victoria, que iba mucho más allá del fútbol y que supuso una de las mayores alegrías colectivas jamás vividas en la capital de la Campania, la fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada y al día siguiente, un lunes laborable, el absentismo alcanzó cifras estratosféricas en la región.

Aquél mismo lunes 11 de mayo de 1987 apareció una efímera pancarta colgada en la fachada del cementerio napolitano de Poggioreale que exclamaba: "E non sanno che se sò perso", es decir, «No saben lo que se han perdido». La proclama, que ilustra a la perfección el carácter napolitano y la importancia que ganar aquel primer scudetto tuvo para la ciudad, hizo fortuna y pasó a formar parte, en sus distintas variantes, del imaginario partenopeo ejemplificando el recuerdo, en un momento de alegría máxima, de unos difuntos que, desgraciadamente, no habían podido gozar de una victoria que Nápoles codiciaba desde 1929, cuando se disputó el primer campeonato de liga italiano.

Esta singular anécdota nos sirve para ilustrar la importancia que aquel triunfo tuvo para Nápoles, para la Campania y, por extensión, para todo el sur de Italia, un territorio empobrecido y menospreciado que, de la mano de un extraordinario Diego Armando Maradona, el hijo de un barrio humilde de Buenos Aires que conectó a la perfección con la identidad napolitana, se sublevó contra la tiranía que, desde la unificación italiana, había ejercido el norte.

De hecho, las razones del empobrecimiento y de la marginación del sur transalpino tienen sus raíces en el siglo XIX, en el preciso instante en el que Italia se convirtió en un estado unificado fruto de un proceso que, si bien fue percibido como una liberación y una unificación patriótica frente al ocupante austrohúngaro por los territorios del norte, fue interpretado en Nápoles y en las dos Sicilias como una invasión y una conquista que generó no pocas acciones de resistencia contra los soldados de Garibaldi que algunos corrientes historiográficos han llegado a considerar como el origen de las populares y poderosas organizaciones mafiosas, tan arraigadas en el sur.

La unificación supuso el impulso a la industrialización de las regiones del norte, con el Piemonte y la Lombardía a la cabeza, pero también el empobrecimiento de un sur que vio como buena parte de las riquezas del Banco di Napoli, el antiguo banco del Reino de las Dos Sicilias, eran transferidas hacia el norte como también lo era el arsenal situado en Castellmare di Stabia, que fue trasladado a Génova.

Estos agravios, a los que habría que añadir las migraciones hacia el norte industrial o hacia los Estados Unidos que se sucedían como consecuencia de la miseria reinante en el sur italiano y la singular identidad de sus habitantes, caracterizada por un idioma propio, el napolitano, reconocido como tal por la misma UNESCO, alimentaron la fractura existente en el seno del estado italiano.

Un cisma que el fútbol representaba a la perfección, no tan solo porqué los clubes del norte eran los dominadores hegemónicos del campeonato estatal (a lo largo de la historia, tan solo los equipos de Roma, en cinco ocasiones, el Napoli, en dos más a las que habrá que añadir el título de esta temporada, y el Cagliari sardo, en otra, han sido capaces de romper esta dominación) sino también porqué los estadios eran, a menudo, un fiel testimonio de la división que vivía el país.

De hecho, era habitual ver y escuchar, durante los partidos que el Napoli jugaba contra equipos del norte, pancartas y cánticos ofensivos contra los habitantes del sur, despectivamente considerados como "terrone". Entre otras lindezas, estas consignas daban a los napolitanos la bienvenida a Italia, los acusaban de sucios y de ser portadores de enfermedades como la tuberculosis o el cólera, o reclamaban abiertamente otra erupción del Vesubio, el icónico volcán situado al lado de la ciudad de Nápoles, como la que se produjo en el año 79 y que enterró en cenizas, entre otras, a las poblaciones de Pompeya y Herculano.

En un contexto como este, no es de extrañar que la obtención del primer scudetto de la historia fuera celebrado con todos los fastos y excesos en Nápoles, una ciudad duramente castigada por el paro y la pobreza y que tenía en el Napoli uno de sus principales motivos de orgullo.

Como lo tenía también en la figura de Diego Armando Maradona, un futbolista genial que se había convertido en el estandarte de los parias napolitanos y que, al igual que ellos, también era víctima constante de las humillaciones procedentes de los seguidores de los equipos del norte, una circunstancia que propició su total identificación con el carácter local hasta el punto que, en 2017, fue distinguido con el título de ciudadano de honor de una urbe partenopea que todavía hoy le rinde un constante tributo.

Por si el triunfo en el campeonato liguero no fuera suficiente, el Napoli de Maradona añadió la copa de Italia a su palmarés de aquella temporada, consiguiendo así un doblete histórico, una hazaña que, hasta aquel momento, tan solo habían logrado los dos clubes de la capital del Piemonte: el Torino y la Juventus.

La consecución de estas dos victorias reforzó el orgullo de los habitantes del sur que habían convertido el Napoli en uno de los buques insignia de su identidad. De hecho, el equipo se había erigido en el representante por excelencia del fútbol del sur de Italia, congregando las simpatías de buena parte de los ciudadanos de este territorio y haciéndolo de manera muy interclasista. Es decir, agrupando tanto a los habitantes de los barrios más bienestantes como a los originarios de los abundantes distritos populares.

La evidente diferencia numérica entre los sectores acomodados y los humildes es la que ha terminado provocando la asociación del Napoli con las clases populares del sur de Italia aunque la entidad sea, en realidad, una representante de los anhelos del sur en su conjunto.

El palmarés de este Napoli de Maradona que se había alzado contra el reinado nordista se amplió con una nueva copa de Italia, el 1989; con el primer gran título continental del club, la copa de la UEFA que los partenopeos ganaron, también en 1989, contra el Stuttgart alemán; y con un nuevo scudetto y la primera Supercopa, dos títulos logrados en 1990.

En 1991, el club napolitano cerró la etapa más gloriosa de su historia con la marcha de Maradona, un ciclo que se había iniciado precisamente el 5 de julio de 1984 cuando el Pelusa fue presentado en un estadio San Paolo lleno hasta la bandera solo para ver saludar al astro argentino, por quien los partenopeos habían pagado, para llevárselo de Barcelona, el traspaso más caro de la historia del fútbol italiano, muy por encima de las cantidades que los ricos clubes del norte invertían para fichar a sus estrellas.

Un traspaso que cambió para siempre la historia de Nápoles y del sur transalpino y que hizo que la ciudad y la región se rebelaran, a su manera, contra la tiranía y la marginación que, desde finales del siglo XIX, les imponía el norte de Italia.

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