Otras miradas

Lágrimas fachas para arreglar España

Israel Merino

Periodista y escritor

Lágrimas fachas para arreglar España
Ambiente durante el seguimiento de la jornada electoral de los comicios generales en la sede de Vox, a 23 de julio de 2023, en Madrid (España). Pérez Meca / Europa Press

Dos lecturas claras se pueden hacer de los comicios del 23 de julio: primera, que hemos frenado a la ultraderecha; segunda, que esta tiene la misma capacidad de augurar resultados que un televidente con resaca de whisky segoviano.

La noche del domingo, de calor extremo en toda la península, fue una noche de sorpresas contra todo pronóstico (o sea, contra toda encuestadora maquiavélica) y de champagne en la calle Ferraz, que logró sobrevivir a una de las campañas más agresivas jamás diseñadas por las derechas. Sin embargo, también fue una noche de lágrimas. De lágrimas fachas, en concreto.

Desde hace semanas, todos los blogueros de extrema derecha, quienes viven de que la cuenta oficial de Vox les haga retuit a un fragmento de vídeo, venían augurando un resultado: una mayoría absoluta en el Parlamento entre PP y Vox.

Si bien es cierto que este escenario lo planteaban muchísimas encuestadoras, estos blogueros, que se dedican a esparcir bulos e intoxicar hasta quedarse sin veneno, predicaban a los cuatro vientos una tremenda victoria de Vox, quienes, según ellos, no solo se mantendrían en los 52 diputados, ¡sino que subirían!


Cuando vives en una burbuja filofascista, una en la que crees que alguien con medio dedo de frente aplaude la lona de Desokupa o vitorea en serio el asqueroso lema de ‘Que te vote Txapote’, te pasan estas cosas: que no sabes ni por qué dirección sopla el aire.

España, eso está claro, ha demostrado que no se deja sucumbir por la miseria moral más pérfida, vomitiva y asquerosa del debate político; España es un país civilizado en el que, siempre que sea necesario, se frenará la ultraderecha y la estupidez.

Pero volvamos a la jornada electoral, que la cosa tiene su gracia. Dándose por ganadores y habiéndose repartido ya previamente las carteras ministeriales (acordaos de que exigieron Cultura), los colegios se cerraron, las urnas se abrieron y sus caras, como las de unos dibujitos animados, empezaron a transmutarse en las cuerdas de un tendedero doblado.


Por ejemplo, Vito Quiles, el bloguero que sacó las camisetas de ‘Que te vote Txapote’ y auguró una especie de revolución tipo la de los señoritos con los palos de golf cuando la pandemia, advertía a sus seguidores (y bots) de Twitter que no se fiaran de los malos resultados previstos para Vox en las encuestas. Que mejor se fiaran de él, ja, ja, ja.

Con el recuento empezando y haciéndose realidad que Vox perdería una barbaridad de votos y el PSOE resistiría cual guerrillero amazónico, el amigo Vito empezó a cabrearse y a decir que era inaudito y, como país, nos merecíamos lo peor.

También, ya desesperado y tecleando en el móvil cual niño al que se le ha pinchado el globo, empezó a decir que algo había pasado –promoviendo el fantasma del pucherazo, cómo les mola la democracia– y que los resultados no reflejaban realmente el sentir de la calle, cosa que entiendo que se piense si el único pulso que le tomas a la gente es el que nace en Ponzano y acaba en el gintonic de Puerto Banús. Vamos, Vito, que tienes menos calle que una freidora de aire.

En el otro lado opositor, el de los ultramegarchihiperliberales, Juan Ramón Rallo, economista reconocido por mover la portería en sus tesis más que un empleado del Metropolitano, también se disgustaba con los resultados.

Su análisis, digno de no sé todavía qué, decía que si Cataluña y País Vasco fuesen independientes, las derechas conseguirían 159 de 284 diputados. Lo que leéis, sí. Soluciones radicales para problemas radicales, supongo, además de análisis imaginarios para problemas reales. Mañana mismo, aprovechando el análisis de Rallo, voy a ir al banco a pedir un préstamo para comprar un piso. Cuando no me lo den por pobre, les diré que fijo que sí lo tendría si mis padres fuesen ricos y mi abuela una bicicleta, momento en el que me abriré una botella de Cabernet Sauvignon para regarme con ella los pies.

En el mismo río de lagrimones, estaba también Javier Negre, exempleador de Vito Quiles y presidente del blog Estado de Alarma (no me estoy cachondeando de él, es lo que pone en su perfil de Twitter).

Negre, quien también gusta de cuestionar la democracia porque o ganan los míos o no respiro, decidió tranquilizar a sus fieles cuando, viéndose el derrumbe de Vox y palpándose ya la resistencia del PSOE, tuiteo un "tranquilidad, hasta el 65% no hay que preocuparse", mensaje que él mismo se respondió un rato más tarde, cuando el recuento superó esa cifra, con un "hay motivos para preocuparse". A aquellas horas de la noche, el lago estaba ya petao de lagrimones de cocodrilo.

Por último, esta misma mañana hemos tenido una genialísima dosis de frustración de Federico Jiménez Losantos, el jefe y locutor líder de EsRadio. Este señor, que gusta de insultar y sentar cátedra cual pseudofilósofo turco, publicó un vídeo hace tres días en el canal de Youtube de Libertad Digital diciendo que la derecha ganaría holgadamente. Otro más al que no le recomiendo jugar a la primitiva.

En el programa de este lunes, al darse cuenta Fede de que su pronóstico había fallado, se ha cabreado con todo Cristo, incluido con su colaborador, Girauta, a quien le ha dicho que está mal de la cabeza por juntarse con yunquistas (miembros de la secta de El Yunque). Además, ha dicho que Sánchez es un psicópata y ha atacado a los empresarios, asegurando que han comprado el relato de la Agenda 2030 cuando es una sandía comunista (yo qué sé ya, primo).

El enfado de toda esta peña ha sido mayúsculo, pues han escrito mucho y muy enfadados que nos merecemos lo peor, que no sabemos votar y que, ojito a esto, somos una sociedad enferma. Porque, donde va a parar, sería mucho más sano desatar una pandemia de tuberculosis bovina.

Ahora, la rabia y los puñitos apretados son tal que algunos de ellos están empezando a sacar la carta del pucherazo. Afortunadamente, nadie los hará caso, pues España ha dicho alto y claro que no los quiere ver ni en acuarelas.

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