Otras miradas

Rauw Alejandro no es Rubiales

Israel Merino

Periodista y escritor

Rauw Alejandro no es Rubiales
A la izquierda, imagen de archivo del cantante urbano puertorriqueño Rauw Alejandro.-EFE. A la derecja. Luis Rubiales durante la rueda de prensa de Jorge Vilda para dar la lista de jugadores para la Copa Mundial Femenina de la FIFA, en Las Rozas, Madrid (EUROPA PRESS)

En lo que a noticias pop se refiere, diría que son dos los hechos que han marcado este extenuante verano: el beso no consentido de Luis Rubiales y su conducta posterior, más propia de un sátrapa salido de una novela de Bulgákov que de un directivo moderno, y los supuestos cuernos de Rauw Alejandro a Rosalía. Dos asuntos muy diferentes, pero que algunos se empeñan en comparar.

Han pasado los años y nos hemos vuelto más modernos, más progresistas y más chulos, y eso siempre está bien. Afortunadamente y desde hace no poco tiempo (desde 1978, 45 años), el adulterio dejó de considerarse delito en España; y con esta abolición, empezamos a hablar de otros asuntos.

Nos llegaron de Estados Unidos las movidas jipis, las vainas esas del amor libre, y en España fuimos progresando en estos temas hacia posturas que cuestionan la familia tradicional, la de madre, padre y ocho hijos «como Dios manda», y empezamos a pensar de forma mainstream – pues ha habido filósofas, como Clara Campoamor, que se cuestionaron estas movidas hace muchos más años – que quizá lo de reivindicar la familia por encima de todo era un caballo de Troya reaccionario. También, poquito a poco, empezamos a cuestionar la monogamia. Y también, más despacio aún, la fidelidad (o lo que significa fidelidad, al menos).

Este verano, los cuernos de Rauw Alejandro a Rosalía han mostrado el pico de un iceberg reaccionario y tradicionalista que lleva mucho tiempo asolándonos a los chavales, uno que, por el contexto que vivimos respecto a las relaciones personales en la era de las redes sociales (ahora podemos tener sexo sin más líos gracias a apps como Tinder o Grindr, gran avance de la Humanidad si me preguntan) nos abofetea con más fuerza en la cara a los jóvenes que a los mayores.

Con lo de Rauw, empezaron a salir multitud de líderes de opinión que, de forma irónica a veces, en serio demasiadas otras, pedían la impugnación pública del cantante puertorriqueño por infiel, adultero y abusador, tratando este caso como violencia machista.

De haberse dado los cuernos (la propia Rosalía lo desmintió, pero no hay que descartar que lo hiciera por la gigantesca bola de nieve que se estaba creando alrededor de su vida privada), creo que en ningún caso debería tratarse públicamente como violencia machista. Poner los cuernos está mal, es un ataque hacia la persona que supuestamente amas, esa con la que compartes intimidad y placer y caricias y juramentos, pero ya está. La infidelidad puede sentirse como un cuchillo clavado entre las cervicales por un cirujano enfermizo, pero ni es un abuso ni es violencia.

En mi siempre humilde opinión, tratar públicamente una infidelidad como un abuso, más todavía cuando hay una horda de mequetrefes reaccionarios esperando tras la mampara del tradicionalismo para colarnos su morralla fascistoide, es una falta de desconexión de la realidad.

La violencia machista es absoluta, nunca relativa, porque es un acto injustificable contra las mujeres; nunca tiene un pero, una arista o una justificación; la violencia machista es ese cáncer que hay que erradicar sin titubeos; sin embargo, las infidelidades no son exactamente así.

Las infidelidades tienen matices porque los seres humanos estamos llenos de ellos y somos demasiado complejos para simplificarnos tanto. No es lo mismo, por ejemplo, la infidelidad machista del hombre que se siente superior a la mujer, que pone los cuernos por sistema porque jamás las verá ni tratará como iguales, que, y me vais a perdonar que sea así de directo, la del hombre o la mujer que folla con otro hombre u otra mujer porque ha nacido el deseo. El deseo puede ser peligroso, injusto o traicionero si no se sabe contener, pero jamás será violencia o abuso si hay dos personas que se dejan llevar libremente por él. Porque, además, el deseo suele ser fruto de una duda contigo mismo u otra persona, y una duda jamás puede ser un crimen o un pecado.

Con esto no estoy diciendo que poner los cuernos sea bueno, no; estoy diciendo que en el peor de los casos es una traición, pero no una más grave que la que se puede cometer con un amigo o una madre. Y os lo digo siendo totalmente consecuente con mis palabras, pues sí, me han sido infiel, y sí, he sido infiel. Y no, no estoy orgulloso de ninguna de las dos cosas y por ambas cargo en mis espaldas mucho rivotril, al igual que cargo mucho rivotril por otras traiciones que nada tienen que ver con el amor

Reducir una relación entre dos personas a lo meramente contractual, al pecado y el crimen si el contrato se rompe, es también un insulto a muchas mujeres condenadas por adulterio durante el franquismo, quienes huían de casa junto sus amantes, pues solas no podían ni abrir una cuenta bancaria, porque sus maridos las inflaban a hostias cuando les apetecía.

Esta equiparación de la infidelidad a la violencia machista, además, tiene otras consecuencias gravísimas, como la demonización de la poligamia y la sacralización de la monogamia. Por ejemplo, llevo un tiempo viendo un meme que circula por Internet que dice "Monogamia o bala" que se usa para hacer bullying a personas que libremente deciden, qué sé yo, decir que son poliamorosas, tienen una relación abierta o no quieren nada serio (a vosotros os digo que no hacéis gracia, sino que dais pena y asco por reducir vuestra forma de entender el amor a un contrato firmado con el Banesto).

Porque sí, Rauw Alejandro puede ser un mentiroso, un infiel, un traidor y un cabrón por lo que hizo, pero no se merece (ni nos merecemos nosotros como sociedad, por nuestro propio bien) que lo comparen con Luis Rubiales.

Más Noticias