El repartidor de periódicos

Los que no somos la mafia

Los que no somos la mafia
Un momento del asalto al Capitolio de EEUU en Washington. EFE

Contrariamente a lo que debería suceder, las campañas electorales suelen plantearse más en clave de idiotización que de reflexión. La sensación llega a lo emético repasando los últimos editoriales de La Razón (grupo Planeta: cloaca periodística confesa: "Somos la mafia", se autodefinen en las grabaciones de Villarejo). "El programa del candidato popular contiene los elementos objetivos que propiciaron el despegue económico, social y cultural de la Comunidad Valenciana", "hay un líder sólido en la oposición: Feijóo".

Son solo dos de los editoriales que he conseguido, con dolor, terminar de leer. No llegan ni a la altura del panfleto, y no lo digo con desprecio sino con tristeza, pues el mundo contemporáneo clama aquí, y en muchos países, por una derecha civilizada y algo más autocrítica, y que no ande asaltando capitolios todo el rato, coño, que está mal.

Del panegírico infantilizante de La Razón ("somos la mafia"), nos pasamos a laLos que no somos la mafia versión campaña/sentimentaloide de ABC. Llega al cénit de lo azucarado la columnista Mariona Gumpert. Cuidado con la diabetes política: "Le expliqué a mi hijo mayor quién era Feijóo. Nunca les hablamos de política, pero el chaval odió en su momento todas las medidas anti-Covid. Nos pidió el nombre del responsable de mantenerlos encerrados en casa meses y se lo dimos. Cuando supo que Feijóo seguramente sustituiría a Sánchez se le iluminó la cara. Me miró con profunda indignación al comentarle que también escribo a veces contra el gallego. Es mi trabajo, le dije. No añadí más. A los niños no se les habla de política. Quiero preservar su inocencia. A Feijóo le comenté el sábado que tiene el futuro de mis hijos en sus manos y por eso no arreciaré en mis críticas. Debe demostrar que no es cierto lo que muchos afirman de él: que es un nacionalista más".

A nuestra guapa gente de derechas Feijóo le parece sospechoso de nacionalismo. El líder ourensano no sabe hablar gallego y nunca ha leído un libro de la cultura que lo arrojó al mundo. No supo contestar cuando le preguntaron por el título de cualquier obra de Rosalía de Castro. ¿A qué colegio fue este hombre? Es como si un español no sabe contestar a un título de Cervantes.

Mariona también nos dato otro dato sobre el pensamiento ultra. Su hijo odia a Sánchez por el confinamiento pandémico, y a ella le parece bien. No rebate al chaval. Negacionismo de libro, escuela Trump y Bolsonaro: salid a la calle a morir, que Sánchez es el malo por acatar las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud. Ay, Mariona.

Mis queridos trolls, que estos días me llenan de piropos asesinos a través de las redes,Los que no somos la mafia volverán a la carga asegurando que nosotros, la izquierda, nos comportamos igual. Y es rigurosamente falso, pero no se lo puedes rebatir porque, como Feijóo, no leen.

Imaginaos el ridículo de Ana Pardo de Vera y de la dire Virginia Pe si las vemos mañana arrojarse en brazos del bellísimo Oskar Matute clamando en plan Mariona: "¡De ti depende el futuro de nuestros hijos! No serás nacionalista, ¿eh?".

No, en nuestros periódicos no somos lo mismo ni "somos la mafia". Y se nota también en el paso por las redes sociales. Más de una vez he escrito artículos criticando a Pablo Iglesias cuando su osadía lideresca hacía tambalearse los cimientos callejeros del 15M, o ahora con Yolanda Díaz, que, al contrario, tiene la osadía de parecer demasiado cobarde. Los acríticos de Podemos --que también los hay-- se te lanzan encima, algunos --pocos-- te bloquean, otros te insinúan tu traición, pero rara vez te insultan. En eso se diferencian de los fachas. Pero te quedas entumecido por ese hooliganismo estéril que está también empapando la vida política y mediática en la izquierda (de la izquierda excluyo al PSOE como partido, pero incluyo al PSOE por sus bases con toda la contundencia, pues hay mucha más base que partido).

El cloaquerismo mafioso de buena parte de la prensa de derechas, compradora compulsiva de los montajes de Villarejo, es difícil de combatir desde la honestidad y la autocrítica. Al fin y al cabo, David solo venció a Goliat a pedradas, poniéndose a su altura, aceptando la violencia (en este caso la mendacidad) como código. Malditas leyendas.

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