El asunto me recuerda aquella época en que los poderosos equipos del futbol español pescaban en el mercado de los oriundos americanos buscando un crack que les salvara la temporada. Había que traer de allende los mares un fenómeno que al menos tuviera un tatarabuelo nacido en el país. Podían ser más caros que los nacionales, pero se esperaba que fueran decisivos.
La poderosa oligarquía catalana con amos, administradores, capataces y meritorios locales, y cabalmente subordinados a la oligarquía hispánica con residencia en Madrid, contrató hace unos pocos meses a un crack francés. Por si acaso ustedes no estaban al corriente, se trata de los sucesores de aquella oligarquía (conocidos como "sectores influyentes") que en 1936 supieron fichar a un crack alemán y a otro italiano. El primero sería oriundo por lo de Carlos I de España y V de Alemania y el otro porque todos son hijos de... Roma. Con ambos refuerzos lograron todos sus objetivos muy satisfactoriamente. Y el invento aún les funciona.
Ahora, con la Unión Europea, el mercado de importación se ha ampliado. Los próceres se fijaron en la cantera francesa, que había parido un oriundo fenomenal muy prometedor y que se había quedado sin club y con poco trabajo. Estaba, pues, accesible en el mercado de invierno y de segunda mano. Advertidos de tan favorable coyuntura y de que veinte mil euros mensuales libres de impuestos son una oportunidad, una ganga, decidieron aprovecharla; un mirlo blanco, teniendo en cuenta que los jugadores locales juegan a otra cosa o, francamente, son de segunda división. ¡Y vaya si ha demostrado su valía!
Manuel Valls es un profesional como la copa de un pino, con un currículum apabullante. Vive de la política desde que tiene uso de razón, o incluso antes. Juzguen ustedes. Nacido en Barcelona, porque a sus padres residentes en Francia y con visión de futuro se les ocurrió darle una cuna catalana, ya con 17 años se afilia al Partido Socialista francés mostrándose cercano al sector del moderado Michel Rocard, enfrentado al peligroso izquierdista François Mitterrand... Con 19 años se naturaliza francés (1982) y ya no parará. Al año siguiente, chupa rueda de un diputado por Ardèche, un departamento francés muy turístico. En 1988 es jefe del PS en Argentuil-Bezons, en París. Con 24 años ya está en el Consejo regional de la Île de France, negocio que compatibilizará hasta los 50 años con otras responsabilidades. Entre otras cosas ha sido delegado adjunto interministerial de los Juegos Olímpicos de Albertville 1992, secretario nacional de comunicación del Partido Socialista, primer secretario de la federación en Valle del Oise, encargado de la comunicación y relaciones con la prensa de Lionel Jospin (primer ministro francés entre 1997 y 2002), alcalde de Évery entre 2001 y 2012, diputado en la Asamblea Nacional de Francia entre 2002 y 2012 y desde enero de 2017 hasta octubre de 2018, tres años Ministro del Interior de Francia (2012-2014) y, por fin, Primer Ministro de la República desde marzo de 2014 hasta diciembre de 2016 con el presidente François Hollande.
Su militancia en los valores socialistas y progresistas se hizo notar especialmente, y para satisfacción de los sectores más reaccionarios de Francia, con su política de deportación de migrantes. Siendo ministro del Interior (o de la porra), le catapultó definitivamente al estrellato la detención por parte de la policía de una adolescente gitana de 14 años, sacada de un autobús escolar delante de sus compañeros, para ser deportada a Kosovo junto al resto de su familia. The Economist, hacia finales de 2012, le consideraba el Sarkozy socialista. Se dijo de él que para combatir a la extrema derecha había hecho suya buena parte de su discurso.
Recibió un bien merecido premio cuando otro socialista, el presidente Hollande, le nombró primer ministro para hacer todo el trabajo sucio pendiente (más dureza con la inmigración y giro económico hacia la derecha) que creía necesario para mejorar su deteriorada imagen pensando en una hipotética reelección. Todo fue a peor y convencido nuestro héroe de que Francia necesitaba una izquierda como la que él representaba, decidió competir para la presidencia de la República. Hollande, traicionado por su primer ministro, renunció a la reelección. Valls tenía el camino más expedito, pero tropezó en el paso siguiente al ser derrotado por Benoît Hamon en las primarias del Partido Socialista. A continuación también supo traicionar al que había sido su partido de toda la vida y a su candidato presidencial, Hamon, y recomendó votar a Macron (vencedor final en las presidenciales de 2017), del que esperó, en vano, una invitación para formar parte de su equipo. Hoy es el político más rechazado de Francia y la prensa se mofa haciendo un ranking de sus mejores traiciones.
No obstante, el destino le estaba preparando al inmigrante felizmente retornado a la Ciudad Condal, Manuel Carlos Valls, un encuentro que daría un nuevo sentido a su vida. Se trataba de Alberto Carlos Rivera, director espiritual de los comandos paramilitares y encapuchados que han estado arrancando lazos amarillos y esteladas por los pueblos y barrios de Catalunya. Alberto Carlos era en aquel entonces un recién migrado a Madrid que se llevaría con él a otra figura, Inés Arrimadas, con su doble migración a cuestas (Jerez de la Frontera-Barcelona-Madrid). Todos migrantes.
En definitiva, Alberto Carlos pensó en el ilustre Manuel Carlos para dar lustre a su proyecto, siempre anticatalanista, y oportunamente liberal en su nueva etapa con el objetivo puesto en La Moncloa, intentando comandar a la derecha después de someter al Partido Popular con el beneplácito inicial de José María Azar. (En realidad, no le ha acabado de salir demasiado bien).
Rivera pactó con Valls su candidatura "ciudadana" al ayuntamiento de Barcelona para las municipales de 2019 y Cupido unió al galán francés con, según nos informa la prensa, la rica pubilla de los laboratorios Almirall, muy bien relacionada con los "sectores influyentes". Todo cuadraba y la oligarquía local puso el dinero y las influencias para construir un nuevo líder "constitucionalista", anti-independentista pero con pedigrí catalán de pura cepa (su abuelo Magí Valls, un banquero arruinado, fue un catalanista muy católico y de trayectoria reconocida). Sobre tan poderoso respaldo, unido a sus habilidades innatas y las aprendidas en el duro combate para construir su currículum francés, fue fundamentando su progresiva emancipación de Rivera.
Era cuestión de tiempo que los astros se alinearan convenientemente para que Valls, si utilizamos el símil futbolístico, con una sola finta rompiera la cintura a todos los defensas dejándolos tirados por los suelos y driblara al portero culminando la jugada con un fantástico gol por la escuadra.
Si estuviéramos hablando de aceites, grasas y lubricantes multiusos, podríamos decir que Valls logra con una única aplicación cinco beneficios a un tiempo. Porque llegaron las elecciones municipales del 26 de mayo en Barcelona y, perdiéndolas, ganó:
- El independentismo sin capital
Esta era el objetivo principal para el cual contrataron a Manuel Valls. Con el apoyo imprescindible de sus tres votos (el del exsocialista Corbacho solo lo retuvo los días necesarios), Valls ha hecho alcaldesa a Ada Colau y le ha birlado la cartera al independentismo quitándole la capital de Catalunya y el capital político que habría representado añadir la joya de la corona a sus otras tres capitales provinciales (dos de ellas hasta ahora gobernadas por el PSC desde tiempo "inmemorial") y al crecimiento del número de ayuntamientos independentistas (casi 50 más).
Una victoria que hubiera podido ser significativa se ha transformado en una derrota de índole estratégica que va a pesar y mucho en los próximos tiempos marcados por las duras sentencias a los presos políticos y la lucha por internacionalizar la causa catalana, emprendida en especial desde el cuartel general de Puigdemont en Bélgica. El bloque del cambio, amplio, diverso y transversal, de derechas y de izquierdas, que pugna, proactivamente, por modificar el orden político y socio-económico de Catalunya mediante la construcción desde abajo de un nuevo Estado, de una República catalana, ha sido en buena parte frenado por los expertos del orden instituido y por el abandono de una izquierda española que ha demostrado las tradicionales limitaciones de su proyecto, simple y controladamente "reactivo".
- La alcaldesa desnuda
El escrutinio del municipio de Barcelona durante la noche electoral del 26 de mayo avanzó con suspense. En sus primeros compases, el ganador era el PSC-PSOE, con los Comuns a cierta distancia y ERC relegados a una tercera posición a todas luces humillante para sus estrategas. Después, los datos favorecían a los de Colau y en el tramo final, se impuso ERC con 10 escaños, por 10 de los Comuns y 8 del PSC. Si nadie forjaba una alianza alternativa con 21 concejales (el mínimo necesario para una mayoría absoluta), el candidato de ERC, Ernest Maragall, sería el nuevo alcalde.
Ada Colau reconoció la derrota y parecía que no iba a discutirle a Maragall el derecho a ocupar la alcaldía barcelonesa. Pero, su sala de máquinas, que los expertos atribuyen dirigida por los incombustibles de ICV, no tardaría demasiadas horas en proponer un pacto de izquierdas. Era la única vía para retener la alcaldía, reclamando su "centralidad" entre los independentistas de ERC y los del 155 (PSC-PSOE). Los autores intelectuales de este nuevo tripartito sabían a ciencia cierta que los socialistas de Iceta y Collboní no aceptarían en modo alguno a ERC como socio (y ciertamente no cambiaron en ningún momento de posición) y que Maragall solo lo aceptaría in extremis (como así fue) porque, entre otras cosa, confió (ingenuamente) en las declaraciones preelectorales de Colau en el sentido de que no se prestaría jamás a una operación "extraña" destinada a impedir la llegada de un independentista al frente del ayuntamiento.
La solución era, pues, pactar con el PSC, sabiendo que solo sumaban 18 concejales; necesarios pero no suficientes. Desde el primer momento la sala de máquinas sabía que faltaban otros apoyos; al menos otros tres votos. El guiño era obvio y en política la experiencia es un grado. Y Valls le ofreció la mercancía que Colau tenía tantas ganas de comprar. Desde el día siguiente, esta era ya la jugada.
Y así y hasta las últimas consecuencias, Ada Colau debe su vara de alcaldesa a los sectores más reaccionarios de la sociedad catalana. El Círculo Ecuestre da fe de ello y señala a los que son sus auténticos enemigos de clase, los independentistas. (Me permito recomendar un artículo reciente de Albert Noguera en el que llega a la misma conclusión). La alianza con el PSC es la garantía del éxito de esta operación de unas "políticas valientes", con gestos cosméticos y, como máximo, algunos "daños" limitados (que el tiempo ya reparará). El socialista Collboní lo confirmaba: "Será un gobierno con la misma alcaldesa, pero será un nuevo gobierno". La izquierda colaboracionista del régimen del 78 siempre está cuando se le necesita, para aplicar medidas reactivas ante los excesos del propio sistema. Los Comuns (y Podemos) parecía que postulaban políticas proactivas de cambio, parecía que su objetivo era curar al enfermo. Su política real cuando han estado sometidos a pruebas de estrés, ha consistido en romper con el bloque del cambio y aliarse con los administradores de la "unidad de cuidados paliativos". No dan para más. La alcaldesa a la altura del betún y desnuda. Los "revolucionarios" desnudos.
- La Esquerra Republicana desnudada
Probablemente el único aspecto visible e indiscutible de la estrategia de ERC desde el 27 de octubre de 2017 (votación parlamentaria de la República) es su negativa a las listas unitarias en las convocatorias electorales habidas hasta hoy: autonómicas del 21-D-2017 y las generales, europeas y municipales recién celebradas. Complementariamente, las gentes informadas y los expertos en todo tipo de señales (incluidas las de humo, telepáticas, etc.) aseguran que su actual dirección se lleva a matar con los de Puigdemont y que se oponen a su estrategia de internacionalización, que quieren convencer al resto de que la independencia solo se conseguirá si su partido es hegemónico (o sea, si se prescinde del centro-derecha independentista y si se saca del tablero a la CUP) y que hay que ampliar la base entendiéndose con los Comuns... Y ¡zas!, se quedan sin el ayuntamiento de Barcelona.
Cualquiera que hubiera dado un vistazo a los resultados electorales en la ciudad de Barcelona en los últimos 40 años y hubiera conservado un mínimo de sentido común, habría vaticinado que, incluso con Ernest Maragall, compitiendo con otras tres candidaturas independentistas (Junts per Catalunya, CUP y los de las primarias unitarias de Graupera), la Esquerra Republicana se estrellaría. ¿Se olvidaron sus estrategas de Julio Cesar y su "divide y vencerás"? ¿Pretendían el destrozo resultante?
- Los socialistas revestidos
Poco se ha hablado de los malos resultados de la tropa de Iceta en las municipales catalanas. Solamente han logrado cinco alcaldías en los once municipios de más de 100.000 habitantes, habiendo perdido Lleida i Tarragona y otra treintena de municipios de menor tamaño. La aplicación del ungüento Valls ha revestido al PSC de un poder municipal en Barcelona suficiente para disimular su fracaso en el conjunto de Catalunya, cosa que les permitirá seguir haciendo buenos negocios en el próximo futuro. Revestidos y bien arropados ¿Cómo pagará el PSOE el favor que les ha hecho Manuel Valls?
- Un nuevo partido con sombrero de copa
Pese a la conocida y reiterada oposición de Rivera a la investidura de Colau con votos de C’s, Valls aportó los tres votos que faltaban. A los dos días, Alberto Carlos toma la iniciativa y rompe públicamente con Manuel Carlos, acusándolo de haber hecho alcaldesa a una peligrosa populista e independentista encubierta. Y Valls queda como un hábil profesional, moderado y alejado de los extremismos de un Rivera que anda pactando por toda España con la extrema derecha encarnada en Vox, asunto que es anatema en toda la Europa liberal. Este desmarque de Valls es un broche de oro a una operación de cinco beneficios con una sola aplicación.
Todo parece apuntar a lo que era un secreto a voces. Los próceres "modelo Círculo Ecuestre" supieron administrar la irrupción de C’s como terapia de choque contra el soberanismo, pero sin haber dejado en ningún momento de conspirar con los "catalanistas" que tiene como misión "pastorear" al país; porque saben que el anticatalanismo desaforado y extremo de Ciudadanos, con su desprecio radical a la cultura y lengua catalanas y a los símbolos de la catalanidad, ya no es tan rentable y puede empujar a una parte de su electorado hacia el independentismo. Una vez el peligro parece superado, con una buena parte de los líderes independentistas como mínimo encarcelados por una quincena de años más, los exiliados esperando hasta la prescripción de los "delitos" y sus partidos idealmente ilegalizados como en su día Batasuna, la oligarquía catalana sueña con regresar al juego que tan bien se les dio en un pasado no demasiado lejano, cuando tenía bien amarrada a Convèrgencia i Unió. Un negocio que se estropeó cuando, con la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 contra el nuevo Estatuto de Catalunya, las bases de Convergència y una parte de Unió, decidieron empujar a sus líderes reclamando el derecho a decidir.
En efecto. El afán de Rivera por conseguir el liderazgo absoluto de la derecha le obliga a competir con la extrema derecha, un rival inesperado hace apenas unos meses. Sin embargo, Vox es un producto decantado por el febril españolismo anticatalán que su propio partido ha alimentado hasta el paroxismo. El pecado y la penitencia. El IBEX también le corrige, el presidente francés Macron le ve el plumero y algunos dirigentes del partido empiezan a sacar conclusiones.
El objetivo ahora es, con el independentismo dividido y bloqueado y con los Comunes cocinados a fuego lento, repartirse el mercado electoral reuniendo a los bellos y exquisitos equidistantes de toda la vida (patriotas del "seny" agrupándose para la lucha final). Se trata de diseñar (mucho marketing) un nuevo partido con look "catalanista", que pueda entenderse con la federación catalana del PSOE y competir con unos Ciudadanos residuales aliados con lo que quede del PP; todo muy constitucionalista. Y qué mejor que vestirlo con un sombrero de copa como el que en su día luciera elegantemente don Francisco Cambó, hombre de leyes y líder de la Lliga Regionalista, el mismo que, tras primero enriquecerse con oscuros negocios diseñados para ocultar recursos alemanes que tenían que haberse destinado a pagar indemnizaciones de la I Guerra Mundial a los Aliados, apoyó y financió a los golpistas de 1936 y a la dictadura de Franco, para después seguir ganado dinero con el escandaloso caso de corrupción de la CHADE en Argentina. Quien lo desee puede rastrear sus principales peripecias (y fechorías) en las biografías publicadas y las que están online. Qué mejor que inspirarse en tan soberbio personaje y bautizar al nuevo partido con el nombre de Lliga Democràtica. Un merecido homenaje. No irán sobrados en implantación territorial, pero tampoco tenía demasiados militantes la Unión de Duran i Lleida... Líderes de segunda fila no faltan. La prensa va publicando nombres, entre ellos los impulsores de otros artefactos similares hasta ahora fracasados, todos con nombres que sugieren lo contrario de lo que son (Units per Avançar, LLiures...). Una impulsora de esta renacida Lliga es Eva Parera, la número dos de Valls en el consistorio barcelonés. Y ahí puede estar nuestro héroe, luchando por la presidencia de la Generalitat.
Pero Valls se puede dejar querer también por Ciudadanos (cosa difícil, pero no imposible). Por otra parte, tampoco debería descartarse una aproximación a los socialistas, que para esto están las plataformas abiertas a la ciudadanía, por el cambio, por el futuro, por... lo que haga falta. Que nadie le envíe a casa todavía, con tres novias por delante. Estamos hablando de política.
Comentarios
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