Rosas y espinas

'Chapeau', fascistas

La Policía antidisturbios carga contra los manifestantes durante la concentración convocada en Valencia en apoyo al rapero Pablo Hasel. EFE
La Policía antidisturbios carga contra los manifestantes durante la concentración convocada en Valencia en apoyo al rapero Pablo Hasel. EFE

Barak Obama llegó a la Casa Blanca prometiendo cerrar Guantánamo y, cuando devolvió las llaves de palacio, Guantánamo seguía abierto. Pedro Sánchez se comprometió a derogar la ley mordaza en sus sucesivas y victoriosas campañas electorales, y hoy la mentira de un policía corrupto sigue valiendo más ante la justicia que la palabra de cualquier ciudadano honrado. Es la diferencia entre ser progre y ser de izquierdas. Son dos conceptos irreconciliables.

Hace poco, en lo de Davos, Pedro Sánchez nos regaló un discurso tan izquierdista que a su lado Hugo Chávez parecía de UPyD (quizá me he pasado). Muy pronto olvidó esos folios tan hermosamente declamados, y nada más volver a España empezó a dinamitar la prometida reforma de una ley que fue calificada así en 2015 por los editorialistas de The New York Times: "La nueva ley mordaza de España recuerda inquietantemente a los días oscuros del régimen de Franco. No tiene cabida en una nación democrática".

Los sexadores de pollos políticos, como nos calificaría el imprescindible Alfredo Relaño, correteamos cual pollos sin cabeza en busca de qué respuesta electoral va a tener esto. La no reforma de la ley mordaza es como si prohíbes el garrote vil pero no derogas la pena de muerte. Cuando puedes hacerlo. Cuando, esta vez, ni oscuras fuerzas financieras y diplomáticas te presionan, como puede ocurrir a la hora de subir las pensiones o clavarle un impuesto a los bancos. Aquí ningún gigante económico se va a deslocalizar por derogar la ley mordaza, ni Marruecos nos va a arrojar víctimas por encima  de sus alambradas para que las matemos, ni Standard & Poor´s va a rebajar nuestra calificación escolar. Por derogar la ley mordaza, ningún profe nos va a coger manía.

Este debate es tremebundamente interno, goyesco y españolísimo, y yo no sé cómo le sentará al votante jubilado de PSOE y Podemos, el que hizo la calle y la cárcel contra el franquismo, que su gobierno progresista, pudiendo hacerlo con facilidad, no derogue el atentado más grande de nuestra historia democrática contra el derecho de manifestación.

Con los (ya no tan) jóvenes impulsores de Podemos, los del 15-M, sucede lo mismo. Nacieron de la calle, y el Gobierno en el que están por fin representados no les devuelve la calle, el derecho pacífico a protesta y manifestación sin que un policía te pueda multar con 30.000 pavos porque tienes la frente muy alta, la lengua muy larga y la falda muy corta.

Supongo que el votante izquierdista veterano, y hay muchos del PSOE que nada tienen de progres, estará haciendo unos terribles esfuerzos para convencerse de que hay que ir a votar. Y yo creo que irán, pues se han educado en un mundo en que sabían que la disciplina es la única arma efectiva contra el fascismo. Y pensar un gobierno con Vox les tiene que estar provocando urticaria histórica.

El problema es explicarle esto a Pablo Hasel, a la gente de su generación y anteriores, idealistas aun no educados en disciplinas partidistas y chorradas. Ellos quizá no tengan ni puta idea de cómo se luchó contra el fascismo antes, pero saben cómo se lucha contra el fascismo ahora. Porque lo viven. Ahora mismo, no creo que se estén preguntando a quién votar. Los fascistas han vuelto a hacer muy bien su trabajo incluso con un gobierno progresista. Hay que ser elegantes y reconocerles sus méritos. Chapeau.

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