Rosas y espinas

Ecodramas del PP: Doñana

Un miembro de la plataforma en defensa de los regadíos del Condado, con la pegatina de 'DOÑANA somos todos' en las puertas del Parlamento de Andalucía, a 12 de abril de 2023, en Sevilla (Andalucía). Foto: Eduardo Briones / Europa Press
Un miembro de la plataforma en defensa de los regadíos del Condado, con la pegatina de 'DOÑANA somos todos' en las puertas del Parlamento de Andalucía, a 12 de abril de 2023, en Sevilla (Andalucía). Foto: Eduardo Briones / Europa Press

A mí, francamente, que los fascistas roben, malversen o asesinen me parece asumible. Va en su naturaleza y sabemos a lo que enfrentarnos. Son previsibles: siguen exactamente las contrarias enseñanzas de su amado Cristo, y con eso ya nos hacemos una idea de por dónde vendrán sus maldades. Lo que nunca he entendido de ellos es que insistan en devorar a sus propios hijos y nietos, cual saturnos goyescos desbocados por la codicia. Ahora tenemos a la Junta de Andalucía, gobernada por el PP y por Vox, o viceversa, intentando destruir el Parque de Doñana a cambio de un puñado de votos: los de cuatro o cinco pueblos desde donde varios terratenientes secan nuestras idílicas marismas para sus promiscuos regadíos intensivos.

Lo de José Luis Martínez-Almeida es de pirómano ignífugo. Lleva talados más de 80.000 árboles en Madrid. Resulta tristísimo pasear por ciertas calles y ver los alcorques, donde antes los árboles enraigaban, convertidos en cuadriláteros de cemento. Yo no sé qué daño le habrán hecho los árboles a Almeida. Ni qué daño le hacen a Juanma Moreno Bonilla las 200.000 aves que encuentran en Doñana su descanso cuando la migración entre África y Europa. El PP practica el atilismo (de Atila, no de Atilano, que también), y no desea que donde gobierne vuelva a crecer la hierba. O no se explica.

Uno puede comprender que Ayuso y Almeida manden talar árboles para construir aparcamientos, aparthoteles y apariciones de vírgenes a cambio de una comisión para sus hermanos y amantes. Pero lo de talar árboles en las pequeñas calles y plazas de Madrid no beneficia a nadie. Y en el verano madrileño da mucho calor no tener en la terraza del bar una sombra encima y un gorrión que te cague en el cubata. El arboricidio de Ayuso/Almeida no tiene otra explicación que la maldad. Un ansia por destruir la naturaleza que es novedosa, porque hoy, al contrario que en la revolución industrial, sabemos que los costes financieros, médicos, estéticos y de bienestar de cortar un árbol son tremendos.

Los neoliberales que propician estas talas lo hacen para vivir más ricos. Son tan ciegos que no saben que lo único que conseguirán es morir más ricos. Quizá no ellos, pero sí sus hijos y sus nietos. Ni aman su patria ni aman su familia ni aman el planeta ni aman nada. Son un descerebro esposado a una pulserita rojigualda.

Dicen que aman la fiesta carnicera de los toros porque aman la naturaleza, que cuelgan galgos de los árboles porque la caza es necesaria para el equilibrio biológico del hábitat, y que pegan e insultan a sus mujeres porque es costumbre y tradición cristiana. Yo no sé la hostia que se llevarían de la Magdalena (no confundir con Manuela Carmena).

La destrucción de los árboles de Madrid es perniciosa incluso para el turismo, porque hace de Madrid una ciudad asfáltica, menos paseable y terraceable, incómoda para el habitante y árida para el extranjero que vagabundea.

Pero la de los árboles de Madrid ha sido una destrucción sibilina, lenta y por partes, indenunciable a veces. Lo mismito que Almeida.

Lo que yo no entiendo es que un ecocidio como el que la Junta de Andalucía aprobó ayer para el Parque de Doñana no sea contestado con un asalto a la Bastilla político, intelectual, judicial y social. Estos pirados no nos están robando a nosotros, están robando lo que ni siquiera es nuestro: el futuro. Dejaremos a nuestros hijos una Tierra donde no haya ni tierra para enterrarse. A no ser que nos corrijamos y votemos bien, que diría Vargas-Llosa.

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