Rosas y espinas

Ventajas de tener dos reyes

El rey emérito Juan Carlos I junto a su amigo Pedro Campos, tras su llegada al aeropuerto de Peinador (Vigo) procedente de Londres, en su segunda visita a España desde que decidió marcharse a vivir a Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos) en agosto de 2020. EFE/Brais Lorenzo
El rey emérito Juan Carlos I junto a su amigo Pedro Campos, tras su llegada al aeropuerto de Peinador (Vigo) procedente de Londres, en su segunda visita a España desde que decidió marcharse a vivir a Abu Dabi (Emiratos Árabes Unidos) en agosto de 2020. EFE/Brais Lorenzo

Lo bueno de tener dos reyes es que cada uno de esos reyes va a sufrir la impunidad de su par cual si fuera un súbdito. Juancar sufre a Felipe y Felipe sufre a Juancar, con lo cual yo me siento más igualitario y más contento. Qué alegría ver a Juancar regateando en Sanxenxo mientras Felipe y Letizia se muerden las uñas mutuamente dejando perdidos los pasillos marmóreos de Zarzuela. Ya sabe nuestro real matrimonio lo que es tener a un impune en casa, como tenemos todos los demás españoles, comiendo percebes de la ría con nuestra pasta, bebiendo albariño con nuestra pasta, navegando veleros pagados con nuestra pasta y evadiendo por paraísos fiscales nuestra pasta.

Mi regocijo republicano se multiplica al tener dos reyes, uno para sufrir y otro para joder, con lo que el dolor del totalitarismo se reparte mejor entre todos. Con un solo rey este menda no tendría bastante. Yo estaría igual de jodido y él demasiado cómodo.

Esto de que el monarca de un país pueda estar jodido por otro monarca del mismo país es revolución libertaria sin precedentes en la historia. Solo Shakespeare atisbó tanta grandeza. Franco murió en la cama. Los borbones tienen pinta de morir colgándose mutuamente de su árbol genealógico. Al final la república va a ser como Godot, y solo hay que esperarla encaramados a una rama. De dicho árbol.

Como nuestro rey rampante cotiza en Abu Dabi, donde no se cotiza, no se sabe cuánta pasta está dejando Juancar de aportar a nuestra Hacienda pública. Son pequeños detalles que nos permiten asegurar que tampoco este borbón nos ha salido muy patriota, y llevamos unos cuantos. Suelo odiar a los patriotas. Se creen que por posar los pies en un sitio pueden patear a los caminantes que vienen de lejos. Son gente poco apacible, escasamente pensadora y bastante menos hospitalaria. Pero a un jefe de Estado se le debe exigir que sea un poco patriota, al menos en lo tributario. Para ser patriota no hace falta robar a nado una piedra del peñón de Gibraltar, como hizo Javier Ortega-Smith. Ser patriota, majestad, no te hace definitivamente tonto ni buen nadador. Pero, coño, hágalo por la familia. Juancar no reconoce al actual jefe de Estado porque no lo considera jefe, y por eso viene y va sin permiso por España montando escándalo, ni reconoce al Estado, ante el cual no rinde cuentas. Ni judiciales ni bancarias.

Felipe VI está sufriendo estos días como un plebeyo, y sé que eso os apena enormemente. Qué rabia tener a un delincuente surcando las ondas de un mar gallego que es feudo tuyo. Y para colmo, es tu padre. Parece una telenovela venezolana.

Cuando ocurren estos maravillosos sucedidos borbónicos, a mí me encanta consultar la prensa internacional. Sobre todo la británica, tan cargada de veneno como los tés de las novelas de Agatha Christie cuando se ingieren a las cinco en punto. A los británicos les encanta su monarquía, capaz de matar princesas plebeyas, pero les atufan las demás. Quizá por eso Carlos III denegó a Juancar el honor de recibirlo en el Palacio de Buckingham.

El cachondeíto que se monta en la prensa extranjera cada vez que se hacen noticiables nuestros monarcas no suele ser muy bien reflejado en nuestros periódicos. Todos los periodistas del mundo saben que el actual borbonismo es heredero del franquismo. Y lo cuentan. No como aquí. Y nos consideran, con razón, y gracias a la monarquía, una especie de república bananera insertada en Europa. Y es que lo somos. Solo hace falta disfrutar del bronceado de Juancar a bordo del Bribón, tan bribón y tan impune.

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