Tiempo roto

¿Procesos constituyentes o reforma constitucional?

Josep Maria Antentas
Profesor de sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB)

Las elecciones del próximo 20 de diciembre señalan el punto culminante de la crisis política abierta con el estallido del 15-M en 2011 que terminó derivando en una crisis del régimen nacido en 1978, marcada por una pérdida de legitimidad (de profundidad variable) de los grandes partidos tradicionales que han estructurado la vida política española durante las últimas décadas y de las principales instituciones del Estado, Monarquía y poder judicial incluidos.

En la crisis presente, el eje 15-M+Mareas+Podemos/candidaturas municipales del cambio, por un lado, y el proceso independentista catalán por el otro, se entrecruzan de forma (por desgracia) discordante y no estratégica y dibujan un escenario en el que, oponentes y partidarios del status quo medirán sus fuerzas en unas elecciones generales que condensarán, aunque como es habitual en los procesos electorales, de forma distorsionada, las fuerzas y debilidades de cada uno. Por ello, hay que afrontar el 20D con claridad y con perspectiva de largo alcance para prepararse para la segunda fase de la crisis política que se abrirá tras la contienda.

Un debate estratégico de primer orden se impone. ¿Reforma constitucional o proceso(s) constituyente(s)? Es decir, ¿apuesta por pasar página y abrir un nuevo periodo o por prolongar la etapa nacida en 1978 con cambios que le insuflen el aliento perdido? ¿Potencias constituyentes o régimen reloaded?

El inmobilismo bunkerizado entorno al PP, y la timidez del PSOE convierten los debates actuales sobre una reforma constitucional en una quimera difusa. Y ello abona el terreno a las confusiones entre la vía de la reforma constitucional y la de la ruptura constituyente que pueden parecer a los ojos de algunos como no tan distintas. O como meras disputas semánticas. Sin embargo, en realidad, consisten en perspectivas opuestas. La primera busca relegitimar el régimen. La segunda pretende construir una nueva institucionalidad. Este horizonte alterno marca una bifurcación estratégica. Dos rutas distintas para llegar a estaciones dispares. Dos carreteras con destinos diversos.

La dificultad del régimen para autoreformarse tiene que ver con la debilidad de su legitimidad democrática fundacional. La construcción política, mediática e intelectual del "consenso" de la Transición, aún siendo bastante exitosa y operativa para legitimar el actual marco político, no puede esconder la ausencia de referentes democráticos reales fuertes en el relato fundacional.

La prueba de la reforma, ha señalado Pérez Royo, es el test máximo al que debería someterse el vigente ordenamiento legal para, precisamente, adquirir su plena legitimidad democrática. Pero una cosa es recordar que la incapacidad de autoreforma del marco actual indica sus déficits de legitimidad y la otra es abogar por una reforma para solventarlos. Por supuesto hay reformas y reformas. Algunas son epidérmicas y apenas se dejan notar y otras son estructurales. No es lo mismo la etérea e insustancial "reforma" propuesta por el PSOE que las propuestas reales que emanan de Podemos. Pero ello no desdibuja la oposición entre la vía de la reforma constitucional y la vía de la ruptura constituyente.

Entre ambas perspectivas operan diferencias estratégicas de hondo calado. Formas distintas de concebir el cambio político y social. La propuesta de la reforma no ha ajustado sus cuentas con la cultura de la Transición, puede reclamarse explícitamente de aquélla o puede formularse como una crítica a la misma, pero (consciente o inconscientemente) en ambos casos acaba reproduciéndola y reanimándola. ¿Reanimator constitucional? La propuesta constituyente saca las lecciones estratégicas del pasado y las proyecta en la política del presente y del futuro. No hace falta una nueva transición que imite a la primera, sino un propuesta de ruptura con lo que aquélla engendró y que durante cuarenta años se ha mantenido inapelable.

La clarividencia estratégica de hoy es necesaria para conjurar los errores del mañana. No es descartable que, llegado el momento, las fuerzas del régimen se vean forzadas a intentar una autoreforma por arriba donde jueguen los viejos jugadores, PP y PSOE, en alianza con el recién llegado recambio/muleta, Ciudadanos. Entonces, los cantos de sirena para las alternativas de ruptura como Podemos pueden ser ensordecedores. Retumbarán con ardor los mantras fundacionales del régimen actual, con el "consenso" en cabeza de una lista que continua con "responsabilidad", "sentido de Estado" y demás. ¿Fuerza irresistible? ¿Atracción fatal? No, si se anticipa el escenario y se marcan hojas de ruta irreconciliables con cualquier horizonte gatopardista.

Por ello resultan descorazonadoras las afirmaciones recientes de Pablo Iglesias abogando por una reforma constitucional (aunque sea seria y real y no epidérmica y casi imaginaria como la Pedro Sánchez) y apagando las esperanzas constituyentes. Renunciar a estas últimas, o colocarlas como una perspectiva deseable pero desconectada de la política concreta y real, desarma estratégicamente a las fuerzas populares y coloca el debate en un terreno, el de la reforma, en el que Ciudadanos puede acabar moviéndose mejor. Si de un lifting político se trata, la sonrisa galán de Rivera siempre aparece como más creíble que la coleta de Iglesias.

El cambio y la democracia real pasan por un desbordamiento constituyente, a la vez, del régimen actual y de la perspectiva de su propia reforma. Un desbordamiento que precisa gestionar la compleja temporalidad y espacialidad de las diversas pulsiones constituyentes que emanan del centro y de la periferia del Estado con tal de maximizar su potencia. ¿Reforma por arriba o pluralidades constituyentes? La respuesta es clara.

 

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