Todo es posible

Sin perdón

El anfitrión nos advirtió de que había invitado a su fiesta de cumpleaños a un viejo amigo cuya condición de ex presidiario impidió que otros acudieran a la
reunión. Algunos de los conocidos le hicieron el vacío y le negaron el saludo. Debo aclarar que el ex fue diputado, militó en el mismo partido que varios de los asistentes y ejerció un cargo importante. Años atrás, cometió un delito por el que fue juzgado y encarcelado. Hace tiempo que se rehabilitó y, ahora, ejerce con dignidad una nueva profesión ajena a la política. Pregunté a sus antiguos colegas por qué le trataban como a un apestado. "Porque es un traidor

–me respondieron–, nos engañó y se aprovechó de nuestra confianza". Según la Constitución, el objetivo de la política penitenciaria es la reinserción, pero los que se sintieron traicionados por este personaje nunca le perdonarán, por más que haya pagado su deuda con la sociedad.
Sospecho que algo similar sucede con el resto de los delincuentes; su paso por la cárcel no borra el estigma de ser ex presidario. De ahí que se mire con lupa cualquier paso a favor de la
rehabilitación de los ex terroristas. Se han lanzado a la yugular del ministro Rubalcaba por declarar que en Nanclares de Oca no quedan presos de ETA. Y es cierto que fueron terroristas, pero ya no lo son. Por más que estén arrepentidos de sus crímenes, condenen la violencia y pidan perdón a las víctimas, siempre les reprocharán su condición y querrán mantenerlos lo más alejados que sea posible. En ambos casos, parecen comportamientos propios de quienes aún defienden la ley del talión.

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