Todo es posible

Mañana, reflexión

Nos dejan un día para reflexionar. Se supone que para decidir el voto. Aunque la cita electoral del próximo domingo sólo incumbe a gallegos y vascos, aprovechemos el fin de la campaña, la tregua forzada, la supuesta calma, la ausencia de insultos, mentiras, ofensas y denuncias para meditar sobre el acelerado descrédito de la clase política. Cada vez que me refiero a los políticos me llueven críticas, simplemente, porque no les insulto. Debe de ser una opinión muy extendida. No en vano, según la reciente encuesta del CIS, todos los líderes sacan una pésima puntuación, y sólo tres ministros (Chacón, Fernández de la Vega y Pérez Rubalcaba) llegan al aprobado.

La indignación que transmiten los lectores se debe, fundamentalmente, a los casos de corrupción, pero también se quejan del ombliguismo de la clase política que sólo se ocupa de sus líos internos y son incapaces de resolver los problemas más apremiantes que afectan a los ciudadanos. Los gobernantes no pisan la calle, van en coche oficial, protegidos por escoltas, ni siquiera saben el precio de un café. Otro asunto que les defrauda es que no gobierne el partido más votado. Consideran indecentes esas coaliciones poselectorales que, una vez alcanzado el poder, sólo defienden sus intereses partidistas y no se ponen de acuerdo para gobernar con eficacia. Piensan que han sido manipulados, que su voto es inútil, que no vale de nada. Y, para terminar, lo que les resulta más inadmisible es que incumplan las promesas electorales. Se sienten estafados. Nos piden el voto para cambiar las cosas, pero cuando alcanzan el poder son ellos los únicos que cambian. Reflexiones, todas ellas, tan elementales y primarias como auténticas. Aún así, lo que tiene mérito es que la mayoría de los electores voten, aunque sea con pasividad o desgana.

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