Todo es posible

Cortar por lo sano

Existen diversos tipos de estafadores políticos que, para no entrar en matices por falta de espacio, podrían quedar reducidos a tres. Los que se funden el dinero de los contribuyentes en gastos de representación, como aquel que añadió a su limusina un televisor, un reposapiés eléctrico y un escritorio de madera noble. Los que no se conforman con vestir el cargo y derivan las comisiones hacia el enriquecimiento personal. Y por último, los que se creen con más grandeza de miras y se benefician de complejas tramas corruptas con el noble objetivo de financiar ilegalmente a su partido. Chorizos son todos, pero ¿quién es el peor: el que confiesa abiertamente estar en política para forrarse o el que trinca igualmente, pero va de líder visionario y se siente blanqueado por las urnas?

Cuando a un jefe de filas le cae encima uno de estos casos de gastos suntuarios lo liquida con una amonestación pública, porque considera que un coche tuneado, tres o cuatro trajes o un par de bolsos es lo que se ha dado en llamar cohecho impropio, es decir, el chocolate del loro. Si se trata del tipo que compra obras de arte con fajos de billetes de quinientos o se hace súbitamente con un ostentoso patrimonio inmobiliario, aunque lo atribuya a un golpe de suerte en el casino o a la herencia de la parienta, más pronto que tarde, el jefe se deshace de él para no contaminarse. Lo que tiene mal arreglo es el dirigente corrupto que mancha con dinero negro las finanzas del partido. De nada vale que el jefe se ampare en la ignorancia. ¿Cómo cortar por lo sano? Todos quedan
implicados

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