Tomar partido

Del republicanismo de ayer al de hoy

Jaime Pastor y Miguel Urban

En la imagen: Manifestantes republicanos muestran su alegría en la confluencia de las madrileñas calles de Alcalá y Gran Vía, el 14 de abril de 1931. En vídeo: las imágenes de las celebraciones de la proclamación de la Segunda República, el 14 de abril de 1931. FOTO: EFE
En la imagen: Manifestantes republicanos muestran su alegría en la confluencia de las madrileñas calles de Alcalá y Gran Vía, el 14 de abril de 1931. En vídeo: las imágenes de las celebraciones de la proclamación de la Segunda República, el 14 de abril de 1931. FOTO: EFE

Este 14 de abril conmemoramos el 90 aniversario de la caída de la monarquía borbónica de Alfonso XIII y la proclamación de la Segunda República. Un proceso que, como se sabe, fue el resultado de la victoria de las candidaturas republicano-socialistas en las principales ciudades durante las elecciones municipales realizadas dos días antes y, sobre todo, de la salida del pueblo a celebrar su triunfo en las calles de Eibar, Barcelona y, más tarde, Madrid y otras ciudades,  conduciendo así a la proclamación oficial de la República española en la capital del Estado a las ocho de la tarde.

Mucho se ha escrito sobre las enormes esperanzas que generó la Segunda República, sobre las conquistas que se fueron alcanzando, sobre las diferencias entre las diferentes fuerzas de la izquierda, pero también sobre los obstáculos que las derechas reaccionarias fueron interponiendo en los años posteriores, hasta conducir al levantamiento militar a guerra civil y la victoria del franquismo, apoyado por el nazismo alemán y el fascismo italiano.

No pretendemos en este artículo hacer un repaso de aquellos acontecimientos, sino reivindicar el hilo que unió aquella jornada con lo mejor de la tradición republicana que a lo largo del siglo XIX se fue extendiendo en nuestras tierras y que fue uniéndose a otros idearios como el federalista, el socialista, el libertario o el municipalista. La experiencia de la Primera República fue corta, debido al golpe militar que acabó con aquella para abrir paso a la Restauración borbónica pero, frente a la demonización que ha sufrido por parte de las derechas y la historiografía oficial, también estuvo llena de enseñanzas.

Hoy, el republicanismo recupera todo su sentido frente a una monarquía corrupta y heredera del franquismo y a un régimen lleno de grietas por todos lados. Encuestas como la promovida por la Plataforma de Medios Independientes hace ya unos meses han venido a confirmar que el rechazo a la monarquía sigue extendiéndose, no sólo en Catalunya y Euskadi sino también entre las personas menores de 45 años y las gentes de izquierda en general. Dentro del parlamento español son también significativas, aunque sean minoritarias, las fuerzas políticas que se declaran abiertamente republicanas y no renuncian a seguir exigiendo un juicio justo al monarca huido, Juan Carlos I, y la convocatoria de un referéndum sobre la forma de Estado. Sabemos sin embargo el miedo del establishment y de los partidos del régimen, incluido el PSOE, a someter a la monarquía al juicio y al debate público, conscientes de que, tras el fin del juancarlismo, abrir esos procesos podría poner al desnudo todo el lastre que este régimen ha heredado del franquismo y que en la Transición se quiso ocultar y, sobre todo, hacer olvidar.

Frente a la demofobia del régimen, tenemos que reconstruir hoy un nuevo republicanismo que, como escribimos en nuestro capítulo del libro que hemos coordinado, ¡Abajo la monarquía! Repúblicas, no sea una mera reivindicación nostálgica de las experiencias republicanas pasadas, sino que mire al futuro:  ha de reivindicar un republicanismo antioligárquico, basado en una democracia deliberativa y participativa, en la plurinacionalidad y el derecho a decidir de nuestros pueblos, laica, confederal, municipalista, ecosocialista y feminista. Porque, ante la crisis civilizatoria global a la que estamos asistiendo, no podemos limitarnos a apostar por una república que se limite a sustituir la monarquía por la elección mediante sufragio universal de una jefatura del Estado para instalar un modelo presidencialista que mantenga intactos los pilares de este régimen y de la oligarquía que lo sustenta.

A pesar del agotamiento del ciclo abierto por el 15M hace casi diez años y del impasse en que se encuentra el movimiento soberanista catalán, a lo largo de las experiencias vividas por millones de personas en estas y otras movilizaciones de la última década, ese nuevo republicanismo ha ido manifestándose en cantidad de foros y espacios de debate y se han ido reflejando en propuestas que pudieran llegar a materializarse en procesos constituyentes democratizadores.  

También ha vuelto a aparecer como referente la experiencia del Pacto de San Sebastián que precedió a la proclamación de la Segunda República. Sin idealizarlo, ya que tuvo fuertes limitaciones por el mayor peso de fuerzas ajenas a la izquierda, pensamos, como se postula desde distintas revistas alternativas, que sería necesario ir creando las condiciones para un pacto confederal entre las fuerzas políticas y sociales republicanas que permita articular las luchas por venir.

Sabemos también que sólo podremos dar pasos adelante en ese camino si dedicamos todo el esfuerzo necesario para la reconstrucción de un tejido asociativo de diferentes organizaciones sociales, culturales y políticas que sean portadoras de un nuevo republicanismo en el que, como escribe David Fernández en el libro ¡Abajo el rey! Repúblicas, la palabra República no sea sólo una forma de estado, sino "sobre todo una cultura política democrática, una defensa del interés público y los bienes comunes y una forma de garantizar y compartir la igualdad entre todas y todos". Además, estamos convencidos de que, si queremos evitar el riesgo de fragmentación de las luchas que desde abajo debemos impulsar y apoyar contra la agravación de las desigualdades de todo tipo y hacer frente a la amenaza que supone el ascenso del bloque de las derechas extremas, cualquier paso adelante hacia esa confluencia ayudaría a generar nuevas esperanzas de un cambio que sin duda ha de ser republicano.

En este camino, nuestro peor enemigo no es la incertidumbre del cambio, sino la resignación del "no se puede" que asegura la supervivencia del viejo régimen que nunca parece terminar de morir. El momento republicano debe entenderse como una ventana de oportunidades no sólo para detener la sangría de pérdida de derechos sino como un punto de inflexión histórico-político para garantizar nuevos derechos e inventar nuevas formas de democracia. Así, frente a quienes contemplan aterrados, desde arriba, la crisis socio-política como una época de decadencia y se esfuerzan en gritar "¡viva el rey!", los y las de abajo deberíamos contemplar la escena, también en todo su dramatismo, como un momento impostergable para la recreación democrática, la redefinición de las lógicas de la representación y para la subversión de todas las reglas del sistema social que nos han conducido a tamaño desastre, agrupándonos bajo la consigna "¡abajo el rey! Repúblicas". 

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