Trabajar cansa

Pitonisos oficiales

        

Echo de menos este año las tradicionales predicciones de videntes y tarotistas. Salvo algún periódico provincial, este año los medios no han hecho la vieja coña de consultar a un adivino para que anticipe los sucesos del nuevo año. Era una tradición simpática, no lo nieguen, y no importaba que al final del año se comprobase que no habían dado ni una, más allá de los augurios facilones por obvios.

Pero este año callan. Se ve que no tienen nada que decir, una vez lo han dicho todo los analistas económicos, que una y otra vez detallan lo jodido que va a ser el año. Que lo diga un payaso con bola de cristal tiene su gracia. Que lo repitan ministros, banqueros, organismos reguladores y centros de estudios, mosquea mucho.

Antes siquiera de empezar el año los pitonisos oficiales ya nos habían descrito al detalle cómo será: cuántos puntos se reducirá el PIB, qué cifra alcanzará el paro, cuánto bajará la bolsa, hasta dónde llegará la morosidad, en qué nivel estará la inflación, etc. A los ciudadanos, obedientes, sólo nos queda cumplir las previsiones, no vayamos a contradecir a las autoridades.

Hay profecías que buscan, en su mensaje negativo, provocar una reacción que las invalide. Por ejemplo los anuncios sobre el cambio climático, que nos asustan para que impidamos que ocurra. Hay otras, en cambio, que provocan por sí mismas una situación que acaba por validarlas. Son las "profecías de autocumplimiento": cuando uno piensa que las cosas le van a ir mal, toma decisiones que inevitablemente le llevarán a ese desastre, para al final exclamar: "¡ya lo decía yo!" Pues a eso se parecen los mensajes de tanto experto que, a fuerza de insistir en lo mal que estaremos, nos harán tomar decisiones económicas que lo empeorarán todo.

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