Trabajar cansa

Huele en palacio, y no a flores

 

Entre sus libros favoritos, mis hijas tienen uno titulado Las princesas también se tiran pedos. Como su explícito título indica, desvela el secreto mejor guardado de las más famosas princesitas de los cuentos clásicos: sus ventosidades. Su éxito está en la transgresión, claro: para una niña que vive un ensueño rosa de bellas princesas inodoras, descubrir que sus heroínas favoritas son tan humanas es un shock.

Algo similar pasa estos días con ese cuento transgresor que varios diarios están publicando por entregas: Los príncipes también se corrompen. No, Urdangarin no es príncipe sino duque, pero a efectos de percepción ciudadana es tan príncipe azul como cualquier heredero a la corona, pues desde su boda ha sido parte del empalagoso relato monárquico, en el que ninguno exhalaba gases, y si lo hacía, nadie los oía ni olía.

Lo de Urdangarin, de confirmarse lo publicado, es de traca: que una misma persona tenga chanchullos con paraísos fiscales, facturas falsas, pelotazos inmobiliarios, ingeniería fiscal, Jaume Matas y hasta la SGAE, es admirable; sólo falta la Gürtel, que igual acaba saliendo también. La extensión del asunto da la medida de lo confiado que estaba de su impunidad, de que nadie iba a oler sus pedos económicos; y de lo gordo del caso, como para que haya roto el blindaje informativo de que ha disfrutado siempre la familia.

Porque ahora que el marido de la Infanta está próximo a ser retirado del Museo de Cera como su ex cuñado, cabe preguntarse por qué nadie había olido nada raro antes, vista la alegría que mostraba en sus negocios y la rapidez con que creció su patrimonio.

Siempre se ha dicho que la monarquía no resistiría sin la protección de que goza, por la que los únicos focos que iluminan a la realeza son los focos rosas de ese cuento de reyes, princesas y consortes inodoros. No es la primera vez que nos llega un rumor sobre negocios, comportamientos o amistades poco ejemplares, aunque lo habitual era decir que olía a flores. Ahora descubrimos un inesperado olor a podrido, y se nos queda la misma cara que a mis hijas con su cuento.

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