Traducción inversa

El fumador de puros

Tengo que confesarles, de entrada, que yo soy fumador de puros. No tiene nada de particular, pero como vivimos en una época sometida a la hipocresía de cierto puritanismo paramédico, hay que dejarlo claro de entrada. Los fumadores de puros somos una especie indulgente y pacífica, y no nos gusta que se nos confunda con aquellos, también perfectamente respetables, que consumen tres o cuatro paquetes de cigarrillos al día. Digamos que la relación entre unos y otros es la misma que la que se establece entre los amantes del Rioja y los amarrados a cualquier envase de vidrio que contenga un porcentaje significativo de alcohol.  Josep Pla decía que, mientras fumaba, pensaba en los adjetivos que necesitaban sus frases. Con un buen puro, sin embargo, tienes tiempo para mucho más: puedes pensar en la disposición y el orden de las frases, en las imágenes que dotarán de sensualidad las ideas puras, en los personajes de una novela y en la primera frase de Ana Karenina.  Los fumadores de puros odiamos, eso sí, esa caricatura que nos presenta a veces como capitalistas con chistera y levita. Nada más lejos de la realidad. Todo fumador de puros sabe que fumar un buen puro es más barato –y más sano- que fumar cuarenta cigarrillos. No es un problema de estatus, sino de buen gusto.  La patria del fumador de puros es por supuesto Cuba y el santo al que encomendarse no puede ser otro más que Guillermo Cabrera infante. Por lo demás, el fumador de puros podría haberse convertido ya en una amable figura arqueológica, en cuyo caso sólo pediría que se respete nuestro anacronismo. Es nuestro vicio y, por lo tanto, nuestro placer.

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