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Gaza o la pérdida definitiva de la credibilidad occidental

El otoño de 2023 va a pasar a la historia como el tiempo ominoso de un exterminio consentido. El tiempo en que la aniquilación implacable, casi sádica, de un pueblo fue planificada y ejecutada metódicamente por un ejército apoyado por Occidente. Será el tiempo de nuestra culpa y vergüenza colectiva como humanidad, y particularmente, de los países que pertenecemos al llamado ‘mundo occidental’, que no es sino un eufemismo para referirse a la órbita del imperio norteamericano, plegado sistemática e incondicionalmente ante el Estado sionista y colonial de Israel.

No pretendo soltar otra de tantas diatribas denunciando la pasividad internacional hacia la agonía de un pueblo que hace mucho fue abandonado a su suerte, su mala suerte de ocupar una geografía que el autodenominado pueblo elegido reclama exclusivamente para sí. Sólo quiero subrayar la magnitud de la tragedia que se está desarrollando ante nosotros; una magnitud de la que, quizás por presentarse bajo eufemismos como ‘derecho a defenderse’, o por tratarse de una comunidad -la población gazatí- condenada de antemano, que apenas sobrevive desde hace ya decenios entre la satanización y la invisibilización, no somos plenamente conscientes. Pero no hay duda de que estamos siendo testigos de un hito en lo que podríamos denominar, recurriendo a Borges, la historia universal de la infamia.

Los medios de comunicación nos impiden fingir ignorancia o distancia: la masacre del pueblo palestino en Gaza está siendo retransmitida casi en directo desde que Israel lanzó su venganza por el brutal ataque de Hamás sobre el territorio próximo a Gaza, ataque que ciertamente estremeció al mundo por su crueldad.

Desde entonces ha transcurrido casi un mes y medio en el que Israel, tras bombardear la franja indiscriminada y masivamente, incluyendo hospitales, campos de refugiados, escuelas... y de asediar a su población impidiendo la entrada de agua, energía, medicamentos y provisiones; bloqueando intermitentemente también las comunicaciones (internet y telefonía), ha entrado con sus tanques a tomar posesión de los escombros.

De momento se calcula por las autoridades sanitarias gazatíes que unas 11.500 personas han sido asesinadas, entre ellas más de 4.000 menores de edad; así como 30.000 heridas y 1,7 millones desplazadas (de una población de 2,3 millones). Significativo también lo que el representante de UNRWA ha señalado estos días: Un tercio de esas muertes se han producido en el sur de la franja, es decir, en la zona, supuestamente segura, a la que las autoridades israelíes han pretendido desplazar forzosamente a la población del norte.

La más reciente evolución de la agresión -erróneamente calificada en los medios como ‘guerra de Israel y Hamás- son los ataques contra hospitales, convertidos en objetivo militar por el ejército israelí, que se añade al riesgo inminente de muertes por inanición, también según Naciones Unidas, debido al bloqueo que sólo con cuentagotas se ha roto a través del paso de Rafah, en la frontera sur con Egipto.

En suma, un mes de violación masiva de los derechos de más de dos millones de personas, en su inmensa mayoría ajenas a la violencia de Hamás, de crímenes continuados de guerra, así tipificados en el derecho internacional, que, obviamente, se añaden a la larga lista de crímenes cometidos por Israel contra el pueblo palestino durante los últimos 75 años (tomemos la Nakba, en el año 48, como punto convencional de partida), ignorando una y otra vez las resoluciones de Naciones Unidas -ese mismo impotente foro al que ahora Israel denuncia, con hipócritas aspavientos, por haberle recordado su Secretario General que es una potencia invasora y ocupante.

Para calibrar las cifras valga como referencia la de víctimas civiles de la invasión rusa de Ucrania: unas 10.000, según estimaciones de la Oficina de Derechos Humanos de Naciones Unidas a principios de octubre. Sí, Israel ha asesinado en un mes más civiles en Gaza que Rusia en Ucrania en 20 meses.

La gran diferencia es que, mientras que en Ucrania los ‘países occidentales’ se han posicionado firmes en su rechazo a la invasión, y han acudido en ayuda de Ucrania incluyendo material bélico de todo tipo, en Palestina esos países actúan como comparsas del invasor, y, en el caso de EEUU como cómplice activo, desplegando fuerzas intimidatorias, especialmente portaviones, en el entorno inmediato del escenario bélico. El papel del ejército norteamericano en este caso resulta bastante obvio: sujetar con su presencia a los posibles aliados del pueblo palestino, particularmente Hezbolá e Irán, para permitir que el ejército israelí consume sin distracciones su genocidio en Gaza.

Pero la masacre está lejos de concluir. El objetivo aparente es vaciar prácticamente la franja expulsando a su población hacia Egipto para que acabe pudriéndose en el desierto del Sinaí, lo más lejos del territorio israelí; pero a su vez el gobierno egipcio, temiéndose esa invasión, no permite la salida de la población palestina. Los palestinos de Gaza se han convertido en un engorro prescindible, y aunque ese destierro masivo es poco probable, el plan B de las potencias coloniales -se anuncia también estos días-, es una franja de Gaza ‘pacificada’, sometida y ocupada permanentemente con la complicidad de la ‘autoridad palestina’ representada por Mahmud Abbas, el irrelevante presidente al que el gobierno norteamericano pretende instrumentalizar. No hace falta recordar que tanto el presidente nominal como su partido (Al Fatah) se encuentran muy desprestigiados ante su pueblo, debido tanto a su total inoperancia como a sospechas de corrupción, en un marco de ocupación israelí que tampoco ofrece ningún margen de movimiento a aquella ‘autoridad’.

Se trataría así de una limpieza ideológica a fondo de la franja, que, al menos desde 2006 (cuando Hamás ganó las elecciones), era ya un inmenso campo de concentración a cielo abierto. La inmensa factura de la reconstrucción la asumirán, una vez más, igual que han hecho en anteriores ataques masivos en Gaza – el más reciente, el de verano de 2014- los países ‘amigos’ -especialmente la UE-, siempre dispuestos a pagar los destrozos de Israel. En otras palabras, la destrucción del sionista la pagaremos, entro otros, nosotros con nuestros impuestos.

La masacre en Gaza tiene otras dimensiones o efectos colaterales en Israel: por una parte sirve de distracción para la fuerte contestación interna contra los planes totalitarios del actual gobierno presidido por el corrupto Netanyahu, que como es sabido pretende suprimir cualquier contrapoder judicial a sus arbitrariedades; y por otra, sirve también para acelerar la limpieza étnica en Cisjordania y Jerusalén Este: sólo en estos últimos 40 días las cifras oficiales señalan casi 200 asesinatos de palestinos a manos tanto del Ejército como de colonos armados protegidos por aquel, en una escalada de la política diaria de intimidación, humillación y desposesión, la más grave desde la 2ª Intifada (2000-2002).

El respaldo, o al menos la tolerancia, occidental ante este genocidio retransmitido resulta revelador de la cohesión cómplice y solidaria de las viejas potencias coloniales: Siendo Israel un estado que desde su misma fundación no es sino un diseño colonial, este Estado es, en definitiva, ‘uno de los nuestros’. No se ha señalado quizás suficientemente el mensaje que el genocidio e impunidad palestinos lanza hacia el antiguo mundo colonial, y en general el llamado ‘tercer mundo’, en los 5 continentes: Estos países no podrán evitar imaginar que esa misma unanimidad también se podrá aplicar contra cualquiera de ellos en la medida en que se resistan a los planes o intereses de aquellas potencias.

La desgracia de Palestina es que, en ausencia de fuerte interés geoestratégico, las potencias como China o Rusia, que actúan como contrapeso del imperio norteamericano y su brazo armado -la OTAN-, no tienen especial motivación para involucrarse, y, por otra parte, la mayoría de los llamados países árabes están gobernados por sistemas corruptos que se dejan neutralizar fácilmente por las potencias occidentales, incluida Israel, renunciando a su solidaridad histórica y cultural con Palestina.

¿Y la vieja y orgullosa Europa, con sus arraigados valores democráticos?

Definitivamente, no están siendo estos últimos unos años de gloria para Europa y su rol internacional, al menos desde el inicio de la crisis de Ucrania y posterior invasión rusa. En el caso de Gaza el papel de sus representantes, particularmente, la presidenta, ha sido descaradamente parcial y cómplice del genocidio. Los miembros de la UE han sido incapaces siquiera de una declaración exigiendo el alto el fuego, pero además han aflorado tics totalitarios como la prohibición de manifestaciones de apoyo al pueblo palestino en países supuestamente democráticos (Alemania o Francia, por ejemplo).

La mayoría de gobiernos de la UE han demostrado una penosa inconsistencia de valores a la hora definir lo que es terrorismo o lo que es derecho a defensa. Pareciera que el complejo de culpa de las antiguas potencias del Eje, encabezadas por Alemania, por el holocausto, haya contaminado al resto de países... ¿por qué? ¿Hemos de ser todos los europeos rehenes del chantaje moral derivado de un supuesto pecado original de antisemitismo? Y ese supuesto pecado ¿justificaría una jerarquía entre vidas judías y palestinas, importando aquellas mucho más que estas?

Ante el lento exterminio del pueblo palestino a lo largo de más de siete décadas ¿qué autoridad tiene ningún Estado, ningún foro internacional, para cuestionar el derecho del pueblo palestino a alzarse en armas contra el opresor? Recientemente, el historiador israelí Ilan Pappé ha señalado: ‘(...) nadie cuestiona el derecho de Argelia, Kenia e India a liberarse del colonialismo a pesar de los incidentes que hubo en la lucha por la liberación, de cualquier nivel de violencia que hubiera allí o de cualquiera que fuera el modo en que se produjera el enfrentamiento entre las fuerzas anticolonialistas y las fuerzas colonialistas, nunca cuestionamos el derecho básico a la liberación y la independencia, y tampoco deberíamos hacerlo en el caso de Palestina: si queremos una Palestina en paz, hay que hablar, ante todo, de una Palestina libre’.

Grabado en sangre y fuego, este otoño 2023 es ya un hito en la historia universal de la infamia. Cientos de miles de seres atrapados y aniquilados nos interpelan antes de ser exterminados como ratas. Este va camino de ser, por pleno derecho, el otoño del último genocidio colonial.

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