Al sur a la izquierda

Llámalo liquidez, llámalo rescate, llámalo X

Unas de las razones del descrédito de la política es la contumaz resistencia de esta a decir la verdad. Muchos políticos se empeñan en no llamar por su nombre común a cosas cuyo nombre común conoce todo el mundo. Insisten en referirse a lo que pasa en la calle llamándolo los eventos consuetudinarios que se suceden en la rúa. Y claro, la gente se troncha. Aunque no haya leído a Machado. De hecho, les hablan a los ciudadanos como jamás les hablarían a sus propios hijos a la hora de comer cuando estos les preguntan por esas mismas cosas que les preguntamos los periodistas en las ruedas de prensa.

¿Por qué siguen actuando así? ¿Y por qué siguen creyendo, o aparentando creer, que ese comportamiento suyo no tiene consecuencias? Tal vez porque hay dos cosas importantes que todavía no han aprendido: una, que en política sólo tiene sentido mentir cuando puedes estar seguro al cien por cien de que nadie descubrirá tu mentira; y dos, que en las sociedades abiertas ese cien por cien de impunidad hace mucho tiempo que dejó de existir.

Los titulares del Gobierno de Andalucía se van a ver obligados a pedir el rescate al Gobierno de España porque no tienen dinero para pagar sus deudas, pero están decididos, cueste lo que cueste y me cueste lo que me cueste, a no pronunciar jamás la palabra rescate, de mismo modo que están decididos a no reconocer que esa petición de auxilio a Madrid recortará drásticamente su ya menguado margen de maniobra a la hora de confeccionar la ley de Presupuestos de Andalucía de 2013. Pero ambas cosas con verdad y las sabe todo el mundo: es verdad que lo que se va a pedir es un rescate y verdad que eso reducirá la autonomía política efectiva de la Junta.

Por otra parte, es cierto que si ningún político dice la verdad en estas cosas, por algo será. Será tal vez porque, al contrario que sus propios hijos, la gente en general y sus adversarios en particular sí que utilizarán la sinceridad de los políticos contra ellos mismos a la primera oportunidad, lo cual les hace muy difícil a estos ser sinceros con la despreocupación con que lo son en casa, donde están seguros de que su sinceridad, e incluso el reconocimiento de la ausencia de ella en determinadas circunstancias, no tendrá por fortuna consecuencias.

- Papá, ¿es cierto que tu Gobierno va a pedir el rescate financiero?

- Tan cierto, hijo mío, como que estamos sentados a esta mesa tú y yo solos, ahora que, por fin, acaban de irse los hermanos de mamá que, como sabes, nunca me han votado.

- ¿Y por qué no lo dices así en las ruedas de prensa, papá, en vez de decir como dijiste ayer, y cito textualmente: Simplemente, señores, ocurre que tenemos un problema coyuntural de liquidez y para solventarlo vamos a pedir un préstamo, por cierto en condiciones mucho mejores que las que nos ofrecería el mercado?

- Porque la gente no lo entendería, hijo mío.

- Pues yo sí que lo entiendo.

- Pero es que tú no eres la gente.

- ¿Y los hermanos de mamá sí son la gente?

- ¿Esos? ¡Esos son más gente que nadie!

- Ya, ¿entonces lo que vas a pedir es un rescate-rescate?

- Eso es, hijo, un rescate-rescate, un maldito y puñetero rescate, pero no se te ocurra ir por ahí repitiendo mis palabras delante de cualquiera, y mucho menos delante de tus tíos.

- Descuida, papi... Por cierto, que con los 50 euros que me diste ayer tal vez no tenga liquidez suficiente para la fiesta de esta noche con mis amigos. ¿Podrías darme 100 más? Aunque si tú no tienes puedo pedírselo a los titos...

- ¡100 más! No sé, mucho me parece. ¿De verdad que te hace falta tanto?

-Tan de verdad como que estamos aquí sentados hablando sinceramente, que es como se habla en casa y no en las salas de prensa.

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