Al sur a la izquierda

La ciudad y los perros

Es llamativa la facilidad con que algunos hombres acaban pareciéndose a su propia caricatura, como si esa fuera la única manera de mantenerse fieles a sí mismos y de contrarrestar la erosión imparable que el tiempo va operando en su carácter, que con el paso de los años se suaviza y dulcifica hasta por último desaparecer, como una colina de arena incesantemente azotada por el viento. A la mayoría de los hombres esa suavización del carácter no les inquieta, antes al contrario suelen agradecerla porque con los años han acabado un poco cansados de sí mismos, cansados de su carácter y su energía de otro tiempo, de su ciega determinación. Otros hombres, en cambio, combaten el paso del tiempo regresando a su caricatura, a lo más agrio, inapelable y contundente de sí mismos.

De estos últimos hombres es José María Aznar, que ha sido descubierto esta Semana Santa paseando por una playa de Marbella con sus tres perros sueltos, contraviniendo abiertamente las ordenanzas municipales. Puede añadirse que, además de sueltos, todos  iban sin bozal, pero realmente no hacía falta añadirlo: si uno se busca a sí mismo regresando a su propia caricatura no va a hacerlo a medias, dejando sueltos a los perros pero poniéndoles un bozal. Loa bozales son una mariconada. Están bien para nenazas que consideran las leyes más importantes que sus propios perros, pero no para gente de la dura estirpe del presidente Aznar, que ya dijo en su momento que a él nadie tenía por qué decirle si podía o no podía beber antes de conducir; o que nadie tenía por qué decirle si debía o no debía escuchar al pueblo antes meterse en una guerra ilegal; o que ningún tribunal iba a pretender conocer mejor que él quién había o no había atentado en Madrid el 11 de marzo de 2004.

Aznar con sus perros sueltos por la playa es un regreso al Aznar más puro y verdadero, al Aznar que apenas puede ya ejercer de Aznar. Unos concejales socialistas de Marbella han tenido además la desvergüenza de denunciarlo al Ayuntamiento, pero por fortuna está gobernado por el Partido Popular y el concejal del ramo ya se ha apresurado a adelantar que por supuesto la ciudad no multará al presidente. Si hay que elegir entre la ciudad y los perros, siempre que los perros sean de Aznar, el gobierno de Marbella no tiene dudas.

Cualquiera, además, puede entenderlo: la Ordenanza Municipal de Tenencia de Animales de Marbella no está pensada para personas que beben aunque conduzcan, que hacen guerras ilegales o que mienten sobre le mayor atentado de la historia de su país. Esa ordenanza está pensada, lógicamente, para las personas normales. Y para los perros normales. E incluso para los presidentes normales. Y Aznar, aunque muchos crean lo contrario, no entra en ninguna de esas categorías.

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