Al sur a la izquierda

Cómo gestionar la humillación de Mas

El presidente de la Generalitat Artur Mas ha sido humillado en las urnas, y el desafío más inmediato, no el más grande pero sí el más inmediato, que tiene ahora mismo la política catalana es cómo gestionar esa humillación. Aunque los soberanistas intentan comportarse como si no hubiera pasado nada y los españolistas actúan como hubiera pasado todo, los más prudentes de ambos bandos saben que en Cataluña sigue pasando lo mismo que pasaba antes del 25-N, que su engranaje con España está seriamente deteriorado, pero saben también que tras el 25-N no hay nadie con liderazgo y autoridad suficientes para reparar políticamente ese deterioro y dar una solución institucional al mismo.

Entre los analistas que escriben en la prensa catalana de referencia muy pocos de ellos han pedido la dimisión de Artur Mas. El hecho es significativo, pero en absoluto excepcional: en realidad esa cautelosa posición tendría menos que ver con lo que piensan verdaderamente que con el hecho de que, en estos tiempos tan malos, el que más y el que menos prefiere no correr riesgos personales exponiendo de manera abierta opiniones que de algún modo pueden acabar saliéndole bastante caras.

Pero del mismo modo que cuando te piden opinión de un libro o una película no es difícil mentir pero sí lo es hacerlo sin que se te note que estás mintiendo, a los analistas de los medios catalanes no les resulta difícil no pedir la dimisión de Mas, pero no consiguen ocultar que en realidad no dejan de pensar en ella. Y no dejan de hacerlo sencillamente porque la humillación sufrida en las urnas por el president ha sido demasiado evidente, demasiado importante y demasiado dolorosa como para que pueda, primero, pasar desapercibida y, segundo, eludirse sin más.

Sin duda, Artur Mas puede no dimitir, pero el coste de no hacerlo es muy superior al que supondría marcharse. Sin Artur Mas al frente de la Generalitat CiU sí podrá, como por otra parte desea secretamente buena parte de su electorado, modular los tiempos del calendario soberanista comprometido por el candidato y acompasar tales tiempos a la nueva realidad parlamentaria salida del 25-M. Con él al frente eso es imposible. Queda, naturalmente, la otra opción, la de sostener ese calendario y convocar la consulta soberanista en esta legislatura apoyándose en ERC, pero tal cosa, buena seguramente para ERC, sería casi con toda seguridad letal para CiU, cuya escisión sería solo cuestión de tiempo.

En cualquier caso, es obvio que CiU tendrá que pagar un alto precio por los resultados electorales del domingo. Si Mas dimite el precio será alto, pero si no lo hace ese precio subirá. Con Mas fuera de escena CiU tiene un margen mayor de actuación que con él dentro. Se dice que no hay ningún claro número dos en CiU para sustituir a Mas y que eso es un problema. Puede, pero se trata de un problema menor: una vez instalada en el clima político catalán la intuición, y no digamos la certeza, de que Mas se propone dimitir, el menor problema de CiU será encontrar a alguien que lo sustituya.

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