Estamos rodeados. Física y mentalmente. Esperanza Aguirre, siempre en la retaguardia vigilante de las esencias más retrógradas, se une al batallón de represores e insiste en relacionar los escraches con el matonismo de los seguidores de ETA, llama energúmenos y violentos a los participantes y los define como epígonos de las juventudes hitlerianas o las patrullas castristas en Cuba. Si es así, no se entiende por qué no meten automáticamente en la cárcel a todos los participantes, puesto que, para Aguirre y la legislación española, son terroristas. Hemos llegado a la acusación máxima, superando a Cospedal y Arenas.
¿Pero a dónde va a llegar la vileza y despropósito de nuestros políticos? Catalunya alcanzará su independencia gracias a ellos, y la sociedad civil ha establecido un frente común también contra ellos, ya sea por las estafas permitidas a los bancos, por el no atender ni una sola de las numerosísimas peticiones de los ciudadanos, o la indignación acumulada por quienes son tachados de nazis por defender sus viviendas ante la negativa de los diputados a atender la solicitud que democráticamente les hicieron. Las barricadas ya se han instalado. El poder está enfrentado a los ciudadanos sin un mínimo de cordura y sensibilidad. Este poder goza con la represión, so pretexto de defender ‘su’ legalidad, claramente injusta. La democracia se acaba, y el enfrentamiento civil enseña las orejas, aunque aún estén lejanas.
¿De verdad alguien cree que esas personas que participan en los llamados escraches tienen algo que ver con ETA o con la kaleborroka, aquella triste historia que causó tantos muertos, heridos y sufrimientos a España? Esos políticos están cayendo en la indignidad suprema, la indignidad de la mentira, de la exageración, de la calumnia y de la insidia. Todas estas declaraciones de figuras de la política constituyen un ataque brutal al honor y a la propia imagen de los integrantes de los actos reivindicativos. Es una forma escandalosa y torticera de utilización criminal de la política. Son bombas de Nagasaki que lanzan contra la población civil. Contribuyen al enfrentamiento definitivo entre los españoles. No hablan, no tratan de llegar a acuerdos, simplemente reprimen, sin el menor cargo de conciencia ante la desgracia ajena, que ellos, si quisieran, podrían arreglar. Ellos son los que marcan con cruces y estrellas de David los nombres y pechos de los ciudadanos indefensos.
Y como si estuvieran en un campeonato de putrefacción mental, Cospedal aún refuerza a Aguirre: ‘Si pasa algo grave, los culpables serán ellos’. Y por si faltaba poco, el magistrado Enrique López, aspirante cualificado para ser miembro del Tribunal Constitucional, afirma que los escraches son absolutamente comparables a las turbas anarquistas que incendiaron iglesias y conventos en mayo de 1931 en la recién llegada II República.
Y a todo esto, la cadena SER hace pública hoy una encuesta espeluznante con las siguientes conclusiones: 1. El 60% de los españoles son partidarios de los escraches. 2. El 80 %, y subiendo, no creen en los partidos políticos, y desde luego los consideran inútiles. 3. Solo confían ya en los movimientos sociales, en un margen de mitad y mitad. 4. Y sobre todo, el 90% abomina del sistema de libre mercado.
Todo ello nos lleva a una pregunta cuya respuesta yo desconozco: ¿Hay algún sistema político que, defendiendo los derechos fundamentales y el Estado de Derecho, pueda sustituir al sistema democrático?
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Gota VENEZOLANA: El resultado de las elecciones venezolanas demuestra la fractura total de la sociedad. La herencia de Chávez - inseguridad ciudadana, economía precaria, falta de alimentos y productos básicos - aboca inevitablemente, y por desgracia, a un golpe militar.
Comentarios
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