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Mercaderes de salud

CIENCIA DE PEGA // MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Si hay algo que me repatea son los curanderos y los programas de televisión que no son más que una colección de autoalabanzas y el testimonio de algunos a los que habían curado con sus poderes. De este modo, los incrédulos como Santo Tomás podemos meter la mano en la herida y convencernos del milagro.

Estas situaciones me demuestran lo difícil que es mantener una postura racional y sensata en este mundo. Y lo que es peor, lo extremadamente complicado que es querer explicar esa postura. Dos mil años de búsqueda de las leyes que rigen el Cosmos nos han legado una visión del mundo más o menos correcta y más o menos coherente. Comprenderla, aprehenderla, exige esfuerzo. La explicación mágica, supersticiosa, pide muy poco: basta con aceptar que vivimos en un mundo gobernado por el misterio, arbitrario y completamente ininteligible.

Se puede decir más alto pero no más claro: el curandero no cura. La prueba más palpable es que en un siglo la medicina ha elevado nuestra esperanza de vida. Los curanderos y chamanes, con sus  miles de años de historia, no lo han logrado aumentar ni en un día. Ellos negocian con la desesperanza que provoca la enfermedad. Los curanderos son puros y simples placebos. Y muy a menudo, caros.

Una de las estrategias más efectivas que utilizan los curanderos es poner un ejemplo de una de sus curaciones y retar al incrédulo a explicarlo. Eso es imposible. Habría que ver hasta qué punto la narración de los hechos es correcta –todos sabemos lo propenso que es el ser humano a la hipérbole–, cuál era la historia clínica del paciente y cuál es su estado actual.

Cuando se comenta lo habitual que es el fraude curanderil suelen contestar atacando: eso también ocurre en la medicina. Y es cierto... en parte. Mientras que entre ellos es algo cotidiano, en medicina es una excepción y existen mecanismos para corregirlo y perseguirlo; entre los curanderos eso no sucede. Es más, al médico se le exige responsabilidad sobre sus pacientes; al curandero no.

Pero lo más grave es el absoluto desprecio que tienen ellos y sus defensores hacia el esfuerzo continuado de cientos de miles de investigadores que a lo largo de la historia han intentado comprender las enfermedades. Esos curanderos advenedizos y sus adláteres proclaman a los cuatro vientos que gracias a unos poderes, que sabe Dios de dónde les han venido, afirman que pueden curar todo tipo de dolencia sin tener ni repajolera idea de lo que es.

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