Rumanos, gitanos, inmigrantes...son un problema

Calendario original del Partido de la Cruz Flechada que forma parte de la colección permanente del Museo del Holocausto de Budapest (Hungría). Imagen extraída de http://hdke.hu/en/galleries/gyujtemeny-1/collection-objects
Calendario original del Partido de la Cruz Flechada que forma parte de la colección permanente del Museo del Holocausto de Budapest (Hungría). Imagen extraída de http://hdke.hu/en/galleries/gyujtemeny-1/collection-objects

En 2016, una encuesta de la fundación porCausa y Metroscopia sobre la percepción de la inmigración en nuestro país reveló que a los españoles nos gustaban los inmigrantes en general, pero la aceptación de alguna nacionalidades era mayor que la de otras. Los rumanos, que junto con los marroquíes conforman la mayor población inmigrante que tenemos, quedaban peor parados que el resto. Personalmente, la gente rumana que conozco aquí es estupenda. Así que este verano viajé a Rumania con la firme intención de enfrentarme a todos los tópicos sobre los rumanos que tenemos en España. Y mi viaje me ha confirmado que se trata de un pueblo con el que tengo muchísima cercanía. Vuelvo llena de admiración por su gente, su cultura y su tierra. Resulta increíble pensar que todo el relato que se ha configurado durante años en España acerca de los rumanos, impide a mucha gente ver que la mayoría de los más de 600.000 ciudadanos rumanos que trabajan y enriquecen nuestras arcas públicas son personas magníficas y muy interesantes. 

El discurso antimigratorio de Salvini no incluye, todavía, a las nacionalidades inmigrantes de origen europeo. Supongo que es cuestión de tiempo.

El campo en Rumania se despuebla. La gente joven no quiere quedarse y vuelve a sus pueblos solo en vacaciones, para a visitar a los familiares. Me contaba Miriam, una joven con dos hijos que lleva 10 años trabajando en Italia, que a ellos les gustaría volver, pero que para vivir en la ciudad preferían quedarse en Pisa. Aunque ahora en Italia hay muchos problemas con los inmigrantes. "Pero inmigrantes somos todos ¿no?", le comenté. Tras un silencio largo, una sonrisa sustituyó al ceño fruncido inicial. "Sí, es cierto. No lo había pensado. El problema es con los otros inmigrantes, los que vienen de fuera". El discurso antimigratorio de Salvini no incluye, todavía, a las nacionalidades inmigrantes de origen europeo. Supongo que es cuestión de tiempo.

"¿Y qué piensas de los gitanos?". Los gitanos son un problema". Según las estimaciones que existen, Rumanía sería, con España, el país que reúne la mayor población de etnia gitana del mundo. En todo el viaje no encontré nadie que me hablara bien de los gitanos. Sin embargo, tuve la suerte de visitar un pueblo donde la mayoría de los habitantes pertenecían a esta etnia. Allí disfruté de una de las conversaciones más bonitas y ricas de todo el viaje gracias a Miguel, un camionero retornado después de 10 años trabajando en España. No vi mucha diferencia con otros sitios en los que estuve. 

Cualquier persona que tenga capacidad de influencia en la opinión pública debería ser consciente de que, repitiendo estos tópicos, no hace ninguna gracia y está emulando a los nazis de los años 30.

Los gitanos son ladrones, son vagos, son sucios. No me refiero a los supuestos chistes de Robert Bodegas que tanta polémica han causado. En esto se basaba el discurso que justificó la exclusión, tortura y exterminio de los gitanos en toda Europa central desde principios del siglo XX hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Los textos sobre el exterminio gitano del Museo del Holocausto de Budapest (Hungría) encogen el alma. Que este discurso se mantenga después de todo lo que pasó me pone los pelos de punta, y cualquier persona que tenga capacidad de influencia en la opinión pública debería ser consciente de que, repitiendo estos tópicos, no hace ninguna gracia y está emulando a los nazis de los años 30.

Paseando por el Museo del Holocausto de Budapest me acordé de mi visita hace años a Auschwitz (Polonia). Fue un día gris y frío de febrero. Recuerdo las exposiciones de pelo, prótesis, dientes, las cámaras de gas, los barracones helados, y todavía me entran ganas de llorar. Por muchos museos y campos de concentración que visite, sigo sorprendiéndome de que millones de personas permitieran el Holocausto.

El silencio de los que no compartían las ideas y la forma de actuar del movimiento nazi llevo a normalización de la aberración que permitió el Holocausto

Analizando Bajo el signo de la esvástica, unos textos en los que el periodista Chaves Nogales narra su visita a la Alemania nazi en 1933, se pueden encontrar algunas de las claves más importantes para entender la impunidad con la que unos locos exterminaron a millones de personas. Para mí, la más importante fue el silencio de los que no compartían las ideas y la forma de actuar del movimiento nazi. La gente que no aprobaba pero permitió. Los que dejaron que el discurso xenófobo creciera a sus anchas sin pararlo. Fue esa normalización de la aberración la que permitió el Holocausto.

Miro a mi alrededor y tengo la sensación de que la historia se repite. El discurso antimigratorio crece con rapidez, en todos los entornos. El que ataca al que menos tiene grita demagogias, expande mentiras y tópicos, sin encontrar resistencia enfrente. La supuesta gente de bien, que no desea mal a nadie, no se atreve a defender los derechos humanos argumentando que no saben, que las migraciones son un tema complejo. Y lo son, salvo para los que quieren acabar con inmigrantes: parece que ellos sí que lo entienden todo perfectamente.