Punto de Fisión

Fernández Díaz asciende a los suelos

Tras su reunión con Rodrigo Rato, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, abrió las ventanas para airear un poco el despacho cuando una ráfaga de luz lo envolvió amorosamente y el ministro ascendió a los cielos en cuerpo y alma. De acuerdo, es una explicación bastante inverosímil para justificar las repentinas vacaciones de Fernández Díaz mientras los sindicatos policiales, la oposición en bloque y dos o tres periódicos lo andan buscando como locos. Pero quizá esa abducción milagrosa no suene tan inverosímil como cualquiera de las excusas con que el comunicado del ministerio pretende hacer creer que la reunión entre ambos no tuvo nada que ver con la situación judicial de Rato, como si hubieran quedado únicamente para tomar el té y rezar juntos el rosario.

No menos inverosímil es el hecho de que este señor sea ministro en la España del siglo XXI en lugar de en el siglo XVI. Para un ministro cuya próxima cita anunciada es una beatificación y que además tiene línea directa con Dios y habla con la Virgen de Fátima, la audiencia de Rato podría tener un significado evangélico. A lo mejor se reunió con un imputado por delitos contra la Hacienda Pública y blanqueo de capitales únicamente para confortarlo, igual que Jesucristo departía habitualmente con criminales y ladrones. Aun desde esta perspectiva, no parece muy cristiano que Fernández Díaz inaugure su lavado de pies con uno de los presuntos más célebres de España; una imitatio Christi como Dios manda debería empezar por carteristas, pelanduscas y robagallinas en estricto orden de llegada. Tampoco se entiende por qué, si se trataba de un asunto personal, lo recibió en el despacho oficial y además sin guardar la vez, como en las carnicerías. En el ministerio dicen que se hizo así por transparencia y tal vez sea en lo único en lo que dicen verdad: se les ha visto hasta el duodeno.

García Márquez contaba que todos y cada uno de los episodios fantásticos de Cien años de soledad, por disparatados que fuesen, contaban con un ancla firme en el mundo real. Tal vez el más sobrenatural de todos sea la ascensión a los cielos de Remedios la Bella, un episodio cuya escritura le costó horrores hasta que dio con el detalle magistral de colocar a Remedios tendiendo unas sábanas en el patio: entonces el viento hinchó las sábanas, como en un lienzo barroco, "y subió y subió, y ya no hubo Dios que la parase". En El olor de la guayaba, su gran libro de conversaciones con Plinio Apuleyo Mendoza, el futuro premio Nobel colombiano contaba que la idea de aquel milagro espectacular la sacó de un chisme de aldea: una joven se quedó preñada y los familiares la enviaron muy lejos para ocultar el embarazo de los ojos de los vecinos. Cuando les preguntaban dónde estaba la niña, les decían que unos ángeles se la habían llevado a la diestra de Dios Padre. En El Prado y en la National Gallery, en las salas que van del Greco a Zurbarán, se puede hacer una rueda de reconocimiento de la que saldrían cuatro o cinco ministros, doce diputados y varios senadores del PP. Fernández Díaz sale clavado a un Murillo. De ellos es el reino de los suelos.

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