Dominio público

La Universidad del acoso o la Universidad de la igualdad

Amparo Díaz Ramos

Abogada especialista en violencia de género

Vivimos en la sociedad del acoso, una sociedad en la que el modelo hegemónico de poder, el patriarcal, nos estructura verticalmente y nos presiona para que asumamos que si queremos sobrevivir y prosperar tenemos que mostrarnos superiores frente a quienes están por debajo en la estructura, y ser complacientes con quienes están por encima.  Este modelo social crea grandes monstruos  y es contrario al ejercicio de los derechos humanos, pues significa que no nos regimos en la práctica por los derechos establecidos en las leyes  sino por los "regalos y castigos" que nos puedan dar quienes están más arriba en la estructura. Significa que aunque formalmente existan numerosas leyes sobre igualdad y sobre cómo ejercer nuestros derechos, en la práctica se sigue aplicando, en mayor o menor medida, la ley del silencio, con su miedo y arbitrariedad.

En las Universidades, al igual que en otras estructuras que destacan por su organización jerárquica, como los Juzgados o las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, o los hospitales, son frecuentes los casos de discriminación, hostilidad e incluso de acoso, y dentro de ellos, especialmente los que sufren mujeres por motivos de sexo o de género.

Por lo general no se trata solo de la conducta de una persona concreta, sino de una dinámica abusiva que suele implicar a varias personas e incluso a la institución. El acoso necesita para desarrollarse y mantenerse del apoyo cómplice, de preferir seguir promocionando mientras otras personas (sobre todo mujeres) ven sus carreras bloqueadas, de los silencios,  del no puedo hacer nada, de  la falta de reacción, o de la reacción basada en "compensaciones informales" más que en el reconocimiento alto y claro de lo que ha sucedido, de la responsabilidad de la institución u organización, de los derechos de las víctimas a ser reparadas y protegidas incluso de represalias, y de las demás personas de vivir en un entorno igualitario. De esta forma las conductas hostiles y arbitrarias, mezcladas con los privilegios y regalos, se convierten en una tela de araña.  Es triste e inaceptable para quienes intentamos regirnos por la legalidad y los derechos humanos, que, tras la Ley Orgánica para la Igualdad efectiva entre mujeres y hombres, sigan sin estudiarse en profundidad buena parte de las situaciones que se denuncian como posible acoso, e incluso que no se facilite la detección de otras víctimas del mismo acosador o acosadores, aún sabiendo que no es extraordinario que sean delincuentes en serie.

El acoso suele causar un daño difícil de olvidar en las víctimas que no pocas veces tienen que huir para protegerse abandonando su proyecto personal, ante la insuficiente respuesta de las instituciones. El acoso además dificulta la denuncia por parte de las víctimas, por el temor a represalias y al aislamiento, lo que facilita que la infracción esté prescita a nivel administrativo, e incluso que pueda prescribir el delito. Pero eso no quita que la organización tenga que analizar, para buscar la verdad y sanar la dinámica del grupo, qué sucedió y qué hay que hacer para evitar que vuelva a suceder, cumpliendo con las obligaciones de prevenir proactivamente el acoso y la discriminación, y de atender proactivamente a todas las posibles víctimas.

El acoso es una infección que es importante limpiar en profundidad porque no solo tiene un protagonista, pues en esa tela de araña, en mayor o menor medida, estamos todas las personas. Y buen ejemplo de ello es la sentencia condenando al que fue decano de la facultad de Ciencias de la Educación de Sevilla. En esa sentencia se dice literalmente:

"Al menos desde 2006, y en relación siquiera a las aquí denunciantes, el acusado vino realizando ostentación de su poder académico desde un primer momento, dejando claro a las mismas que él era quién mandaba en el Departamento de Educación Física de la Facultad de Ciencias de la Educación...". "Del mismo modo, y contando para ello con la cooperación de otros miembros del personal docente y PAS de la Facultad el acusado señalaba a las personas que consideraba que no se comportaban conforme a lo que él entendía correcto de manera que quedaban desde el punto de vista docente, aisladas del resto de las personas próximas al acusado".

La sentencia es un retrato claro de las miserias de la Universidad de Sevilla, pero bien se podría aplicar a otras muchas organizaciones y a la sociedad en general. La diferencia, en mi opinión, es que las Universidades tienen una posición privilegiada a la hora de difundir modelos de comportamiento, y por tanto una mayor responsabilidad a la hora de difundir el mensaje de tolerancia cero al acoso y a la colaboración para el acoso, y ofrecer una alternativa basada en la colaboración, el trabajo y los méritos. En la Universidad se deben contener los valores más positivos de la sociedad, aquellos que mediante la investigación y el estudio se pueden y deben aportar al bien común, y su actuación debe ser ejemplo de corrección y no de miedo, silencio ni corrupción.

Vivimos en la sociedad del acoso, pero podemos llegar a vivir (o las próximas generaciones pueden hacerlo) en la sociedad de la igualdad. En ese camino el papel de las Universidades es fundamental y ya se está empezando a recorrer, mirando de frente a las debilidades y errores de la propia institución, a la par que a sus fortalezas y oportunidades. Actualmente dentro de las Universidades hay personas que apuestan valiente y decididamente por hacer visible y repudiar el sistema corrupto y las dinámicas de acoso, y, en definitiva, apuestan por la Universidad de la Igualdad. Es importante analizar y recordar tanto lo malo como lo bueno, y buscar caminos que nos unan y nos mejoren como personas y como sociedad. En este proceso las Universidades son imprescindibles.

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