El dedo en la llaga

Esto y lo contrario

No sé si se sabrán ustedes la gracia aquella del buen hombre que se dirige a un vecino y le dice que, por favor, le devuelva el libro que le prestó hace un año cuando estuvo en su casa. Y el otro le responde: "En primer lugar, no te conozco de nada. En segundo lugar, nunca me has recibido en tu casa. En tercer lugar, cuando estuve en tu casa no me prestaste ningún libro. Y en cuarto lugar, el libro te lo devolví hace tiempo".

Hay gente especializada en defender posiciones que se dan de patadas entre sí. Invocar los sacrosantos principios del neoliberalismo para exigir al Gobierno que no se meta, ni regule, ni tome la menor iniciativa en los asuntos de la economía y, a la vez, echarle en cara el incremento del IPC, también llamado inflación, es de aurora boreal. O el Gobierno está obligado a intervenir para que las cosas no se salgan de madre o debe laisser faire, laisser passer. Lo que excede el ámbito de sus posibilidades es intervenir y no intervenir a la vez.

En mi criterio, debería intervenir mucho más de lo que lo hace. Muchísimo más. Porque un Gobierno se supone que está (hablo en teoría) para defender el interés de la mayoría de los ciudadanos, interés que puede –y suele– verse perjudicado por las ambiciones desmedidas de los negociantes, cuya lógica apunta en exclusiva a la obtención de su máximo beneficio particular.

Sostienen los neoliberales que para poner freno a ese peligro ya está la libre competencia, pero el argumento es más falso que un billete de tres euros, como comprobamos a diario todos los consumidores, viendo cómo no sólo las grandes multinacionales, sino incluso las empresas de medio pelo, como las que regentan los aparcamientos públicos, se ponen de acuerdo para concertar los precios de sus productos y servicios.

El Gobierno debería meter baza para rectificar esas tendencias insanas. Pero el problema es que él también adora el becerro de oro del capitalismo neoliberal, con lo que reclamarle algo así es perder el tiempo tontamente.

El Gobierno debería intervenir mucho más en la economía, pero para que quisiera hacerlo debería ser otro Gobierno. Un Gobierno socialista, por ejemplo.

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