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La yihad de los xenófobos

El racismo y la xenofobia pueden tener mala prensa, pero como mecanismo de provocación resultan ahora tan efectivos como en la Edad Media. Antes cruzaban fronteras a través de comentarios y rumores que necesitaban su tiempo para extenderse. En nuestros tiempos, la tecnología ha borrado unos cuantos pasos intermedios. Nos estalla en la cara con más rapidez y sus consecuencias pueden notarse en cuestión de días.

La fugaz aparición del seudodocumental "Fitna", obra del diputado ultraderechista holandés Geert Wilders, podría haber causado una tormenta violenta al servicio de las ideas más intolerantes y desbordado cualquier intento de conjurar sus efectos. No lo ha hecho. Podemos sentirnos satisfechos y pensar que las sociedades occidentales y las islámicas han aprendido las lecciones de la crisis de las caricaturas de Mahoma. No sería conveniente ser demasiado optimista. El racismo siempre utiliza métodos similares. Sus reglas básicas de marketing han aguantado el paso del tiempo.

Fitna se basa simplemente en juntar imágenes de la violencia yihadista con versículos del Corán. También incluye otras imágenes, las de mezquitas y mujeres con el rostro cubierto por velo. Propaga una supuesta amenaza islámica que está a punto de tomar las calles europeas, acabar con nuestros valores y cercenar las libertades.

Como técnica propagandística, tiene bastante que ver con el pasado oscuro de Europa. No es muy distinto de los panfletos antisemitas que utilizaron durante siglos fragmentos de los textos sagrados del judaísmo para pintar a los judíos como unos seres vengativos y fanáticos, gente que odiaba al cristianismo y que conspiraba en secreto para socavar las bases de la sociedad.

En última instancia, la base del argumento racista era inculcar la idea de que esos judíos no eran auténticos españoles, franceses o alemanes, sino por encima de todo judíos (es decir, extranjeros) que debían ser vigilados de cerca. De ahí a la deshumanización de la víctima sólo hay un salto, no demasiado grande como demuestra la historia del siglo XX en Europa.

Como ariete de la islamofobia, Wilders resulta bastante patético. Ha empleado las caricaturas de Mahoma sin permiso de sus autores --y algunos le van a demandar-- y cree haber incluido la foto del asesino de Theo van Gogh, cuando el que aparece en el documental es un cantante de rap.

En el debate sobre la libertad de expresión, la estupidez del mensajero no debe ser el argumento fundamental. Partimos de la base de que en Occidente no encarcelamos a nadie a causa de sus ideas políticas. Al mismo tiempo, sabemos que la libertad de prensa no cubre las injurias y si el objetivo de esa imputación es alguien que no goza de nuestras simpatías el daño no es menor.

El artículo 510 del Código Penal castiga con penas de uno a tres años de prisión a "aquellos que provocaren a la discriminación, al odio o a la violencia contra grupos o asociaciones, por motivos racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias" y otros asuntos. Si bien nunca hay que tener prisa por meter a la gente a la cárcel, no conviene olvidarlo.

La crítica a la falta de libertades en los países árabes, hecha desde Europa, es necesaria. La denuncia de la manipulación que los regímenes autoritarios de esos países –algunos de ellos grandes aliados de Occidente-- hacen de la religión resulta imprescindible. Esos gobiernos se aprovechan de las provocaciones que llegan desde nuestros países para acallar cualquier debate democrático. Las autoridades de Damasco, El Cairo y Riad denuncian los ataques al islam con la única intención de tapar sus propias miserias.

El Gobierno egipcio acaba de prohibir la difusión del último número de la revista alemana Der Spiegel por supuestas ofensivas al islam. Es el mismo Gobierno que es tan devoto de la religión que ha detenido a centenares de partidarios de los Hermanos Musulmanes, el grupo islamista capaz de hacer frente a Mubarak.

Los Wilders europeos son un regalo para estas dictaduras. Su retórica xenófoba ayuda a alimentar en Oriente Próximo la idea de que la libertad es un invento occidental con el que controlar a los pueblos del Tercer Mundo. Y en Europa es un gran incentivo para los que quieren poner coto a la inmigración, justificar las aventuras imperiales norteamericanas y reservar el monopolio de la construcción de centros de culto a la Iglesia católica.

Siempre habrá fanáticos dispuestos a enarbolar el arma de la fe para extender el odio. El grito de "Dios lo quiere" lleva siglos resonando por el planeta. Los grupos yihadistas manipulan a su gusto el Corán e intentan así blanquear sus crímenes.

La "Fitna" de Wilders es su reflejo, otra forma de husmear en un texto religioso escrito en tiempos de guerra. El fin es trasladar esa discordia y traerla a nuestras calles. Sólo tendrá éxito cuando aceptemos su premisa de que estamos en guerra contra los ciudadanos que no comparten nuestra fe o nuestra falta de fe. Ya se ha hecho antes en Europa y no será la última vez que se intente.

Iñigo Sáenz de Ugarte

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