Tierra de nadie

Gallardón, no nos dejes

La propulsión de Gallardón a la política nacional ha causado el lógico vértigo entre sus detractores, que ven en el regidor madrileño el personaje perfecto para un thriller de terror. Estando en escena les causa miedo, pero la posibilidad de que desaparezca de repente para protagonizar otra de intriga, ya sea de ministro o de viceRajoy, es motivo de un comprensible espanto. Imaginar al alcalde de Madrid cediendo el bastón de mando a Ana Botella, doña del ex presidente Aznar, es para hacer temblar a cualquiera.

En Madrid somos muy acomodaticios. Aguantamos un porrón de años a Álvarez del Manzano, y hasta le perdonamos que su mayor aportación a la modernidad fueran sus esculturas en hierro fundido de un barrendero o de La Violetera. Disculpamos, incluso, que agasajara a su secretaria a cuenta del contribuyente con un lazo de oro en la hora de su jubilación. Soportamos después los faraónicos aires de don Alberto, cuya pirámide subterránea de tres carriles ha sido tan cara como útil. Pero la perspectiva de que una indigente intelectual como Botella se haga con la primera alcaldía de España produce escalofríos en la espalda a sus casi 3,3 millones de censados.

Acusada a diestro y siniestro de un centralismo que le resbala, esta ciudad ha hecho penitencia suficiente para sus pecados pasados y para los venideros. El castigo que supondría colocar al frente del Consistorio a un producto del marketing político, muy capaz de trocar en primera dama a una amante esposa que dedicaba las mañanas a ir de compras por la milla de oro, sería insoportable hasta para el conde de Montecristo.

Colar por la puerta de atrás a Botella como alcaldesa es algo que Madrid no puede permitirse. A diferencia de la concejal, la inmensa mayoría de sus habitantes entiende la suma de peras y manzanas, diferencia entre servicios sociales y la sopa de la Beneficencia y sabe –aun a pesar de la responsable de Medio Ambiente- que el aire que respira es una mierda. Si de lo que se trata es de gratificar a Aznar, busquémosle otra multinacional generosa. Hacerle alcalde consorte es demasiado para nuestra bendita inocencia.

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