Tierra de nadie

Boyer merece el Nobel

Si se mira con perspectiva, a nadie debe extrañar que Miguel Boyer haya acabado despuntando como una estrella emergente en las constelación económica de Zapatero. El del PSOE siempre quiso tener a su lado a alguien como Boyer, y como en su día no pudo ser, porque el marido de Isabel aseguraba compartir en un 50% las ideas del PP y, además de hacerse patrono de FAES, le reía los chistes a Aznar, tuvo que buscarse a un sucedáneo, Miguel Sebastián, que parecía decir lo mismo y que también se llamaba Miguel. Pudiendo tener el original, no hay quien se conforme indefinidamente con el clon.

Hace casi diez años Boyer sostenía que se había vuelto muy liberal para volver al PSOE, por lo que el enamoramiento de Zapatero sólo puede explicarse por el fenómeno contrario, o dicho de otra forma, que es el líder de los socialistas quien se ha convertido a su credo, si es que alguna vez pecó de hereje. La influencia del ex ministro ha debido de ser considerable a tenor de sus pronunciamientos a lo largo de la crisis. Primero fue de keynesiano, atacó a los que satanizaban el déficit público y defendió ayudas a sectores como el del automóvil. En esa etapa se opuso a la reforma laboral y a abaratar el despido, algo que ahora juzga imprescindible para reducir el paro. ¿Encuentran alguna similitud con la política del Gobierno?

Entrevistado por este diario, Boyer se ha descartado como ministro y ha explicado que con quien habla mucho en realidad es con Elena Salgado. Debe de ser cierto porque la vicepresidenta no ha tardado en impulsar su nombramiento como consejero de Red Eléctrica, recompensando así sus sabios consejos. Su habilidad para agradar al que manda es proverbial. Otros, como Carlos Solchaga, carecen de ella, y bastaron algunas críticas al Ejecutivo para que dejara de ser miembro del comité federal del partido. ¿Moraleja? Se puede ser liberal sin molestar.

El último consejo de Boyer es eliminar los subsidios extras al desempleo para que los inmigrantes entiendan la indirecta y se busquen la vida en Alemania o en Francia, que aquí ya hemos sido demasiado generosos. Es pura lógica: la forma más rápida de combatir el desempleo es que los parados tomen las de Villadiego. Más que una vicepresidencia, que se paga poco, este hombre se merece el Nobel de Economía.

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