Tierra de nadie

La gran coalición de los jarrones chinos

En algún momento se ha explicado aquí que la costumbre de algunos museos de proteger tras vitrinas blindadas sus jarrones chinos es innecesaria en este reino porque los que tenemos en España y exhibimos por el mundo y por distintos consejos de administración son indestructibles e inquebrantables. De hecho, el único sentido que tendría acorazar la custodia de estas porcelanas sería la de evitar daños a sus admiradores, ya que al menor descuido y sin previo aviso suelen transformarse en armas de destrucción masiva.

Nuestros jarrones chinos se creen muy importantes y se han negado siempre a ser floreros, que sería, por otra parte, un uso muy razonable y decorativo. En su lugar, han optado por asumir el papel de reyes de la loza o del mambo y van por la vida en plan guerreros de terracota. Hasta ahora se profesaban un odio nada cordial, pero para dar ejemplo a los españoles han formado una gran coalición con el pensamiento volcado en el interés general que es lo único que les guía.

Dejando de lado viejas rencillas, Felipe González y Aznar se han puesto primero de acuerdo sobre Podemos, una amenaza para la democracia "chavista-comunista", en opinión del estadista con bigote, o "puro leninismo 3.0", si hay que hacer caso a quien siempre fue considerado el trilero supremo y que ahora critica estos juegos de manos. Acotado el terreno de juego, todo se reduce al titular de la entrevista que González daba hoy a su periódico: "Ni el PP ni el PSOE deberían impedir que el otro gobierne".

La apuesta de González por la gran coalición –"siempre que el país lo necesite"- viene ya de antiguo, justo antes de las elecciones europeas en las que Rubalcaba trataba de convencer al personal de que PSOE y PP no eran lo mismo y que acabó en naufragio y con el entonces líder de los socialistas empapado hasta los tuétanos y pidiendo el reingreso como profesor de Química Orgánica en la Universidad Complutense.

El sevillano padece desde joven una aversión epidérmica a cualquier fuerza de izquierdas que pusiera en evidencia que su versión del socialismo era tan falsaria como él, y cuando se le acabó la mayoría absoluta y tuvo que elegir entre formar gobierno con IU programa en mano o arrimarse al ascua que le ofrecía Jordi Pujol no lo dudó un instante. De aquellos polvos y de aquella omertá sobre el dichoso 3% vienen los lodos de ahora. No hace mucho, se le pudo escuchar aquello de que no creía que Pujol fuera un corrupto sino un padre que hacía "cobertura" a sus vástagos. Fino su olfato.

Lo del empleado de Murdoch, claro, es otro cantar. Su aversión es a todo lo que se mueve y a lo que no, incluyendo en esta categoría inmovilista a su digital heredero. Reconvertido en neocon, en negacionista del cambio climático y en lobista en el sentido estricto del término, su cruzada contra la supuesta pérdida de valores de la derecha y sus admoniciones desde el púlpito de FAES han sido constantes, aunque con la corrupción de su partido haya sido muy benévolo, que no en vano empezó con él, por no mencionar que la Gürtel le pagó parte de la boda imperial de su niña y eso un buen padre no lo olvida nunca.

Aunque algunos de los suyos le tomen ya a chirigota, Aznar tiene su público y es osadísimo. Como parece obvio, sus arremetidas contra Podemos en su última entrevista urbi et orbe no iban dirigidas al PP, que esa parte de la cartilla sí la tienen leída en la calle Génova, sino al PSOE, al que subrepticiamente le pide un frente contra quienes tratan de "subvertir" el sistema democrático.

Formalizada su coalición, nuestros plúmbeos jarrones tiran incluso de cinismo. "No quiero definir la posición del partido como tal", ha llegado a decir González mientras defendía su derecho a opinar lo que le dé la gana. Cuentos chinos.

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