La realidad y el deseo

Sobre el voto inútil

Es preocupante la histeria demagógica que ha diseñado el PP para ganar las elecciones. Pero confieso que, en los últimos meses, me preocupa más todo lo que está haciendo el Gobierno, con empeñado esfuerzo, para perderlas. Parece muy probable que Mariano Rajoy sea nuestro próximo presidente. Para que suceda por fin este asombroso acontecimiento no basta con la disciplinada fe del electorado tradicionalista. Resulta imprescindible la ayuda que le están prestando José Luis Rodríguez Zapatero y sus colaboradores.

Se ha dado un cambio significativo en el vocabulario político del país. Hasta las pasadas elecciones, el concepto de voto
inútil servía para calificar el apoyo testimonial a una opción minoritaria. En una realidad marcada por la hipocresía estructural, puesta en evidencia por Wikileaks, quedan todavía votantes de izquierdas que, al margen de las coyunturas y las mayorías, intentan dejar en la urna sus sentimientos verdaderos. Estos ciudadanos eran hasta ahora los dueños del voto inútil. Pero las cosas han cambiado en el último curso político. El voto inútil define hoy el apoyo a un Gobierno socialista sin autoridad ni poder político, sometido al mandato de los mercados financieros. La pregunta ya no es: ¿para qué votar a IU, si tengo miedo de que gane el PP? Hay una nueva formulación: ¿para qué votar al PSOE, si sólo hace lo que le mandan los mercados?

La imagen de un Gobierno socialista que en cada sesión parlamentaria aprueba unos cuantos recortes sociales, unas cuantas medidas contra la dignidad laboral y una militarización, empieza a ser patética. Y no me refiero en esta ocasión a su responsabilidad ideológica, sino al sentido desnortado de su utilidad política. Las actuaciones gubernamentales están respondiendo a un error de cálculo. Al principio de la legislatura resultaba posible pensar que si la economía mejoraba, el PSOE podría ganar las elecciones conquistando el voto de centro. Para eso había que demostrar firmeza de gobierno y aplicar, costasen lo que costasen, medidas de ajuste. El aplauso de la Europa neoliberal iba a ser su mejor baza a la hora de presentarse como una opción creíble.

Pero el panorama ha cambiado en pocos meses. Hoy la firmeza del Gobierno se ha convertido en el espectáculo patético de un voto inútil que gobierna al dictado de los especuladores. Limitarse a quedar bien ante la avaricia de los mercados es un callejón ridículo y sin salida. Así vamos a vivir, por ejemplo, el debate sobre la edad de jubilación. Se trata posiblemente de un debate necesario. Pero se hace de mal modo, no como una reflexión política de los ciudadanos y sus partidos, sino como un recorte social para calmar a los mercados. ¿Por qué hay que tomar decisiones apresuradas, y antes de las elecciones municipales? Zapatero se equivoca. Su viejo cálculo de tiempos para preparar las elecciones generales quedará desbordado por una bola de nieve en forma de pregunta: ¿para qué votar al PSOE? Esa pregunta está haciendo más daño entre el electorado socialista que la oposición demagógica del PP. No cambiar de rumbo es una terquedad suicida.

Cuando se acerquen más las elecciones, el voto inútil de ahora intentará agredir a Izquierda Unida, el voto inútil de siempre. Se redoblarán las informaciones despreciativas sobre la llamada "izquierda minoritaria". Ya vuelve a utilizarse el concepto de "la pinza" para denunciar que el PP e IU coincidan en algunas votaciones de rechazo a las medidas del Gobierno. Resulta también patético el cinismo de los que quieren demonizar a la izquierda por su apoyo a los sindicatos y sus críticas a los recortes sociales. La salud parlamentaria está mal, pero la estrategia bipartidista no puede perder la vergüenza democrática hasta ese punto.

Los desprecios a IU no servirán esta vez para sostener al PSOE. Facilitarán una catástrofe general. El PSOE morirá matando la posibilidad de una opción política a su izquierda. Tal vez se trate de eso, de perder con gusto, para reforzar una dinámica de turnos en la que quede fuera de lugar cualquier alternativa real. Pero es una estrategia muy temeraria. El capitalismo ha puesto en marcha una verdadera revolución de los ricos contra los pobres, de los mercados contra la soberanía cívica. No tomar conciencia de lo que está en juego significa renunciar para siempre al Estado, a la política y a la democracia.

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