Fuego amigo

El sociólogo está de vacaciones

Ayer la cadena Ser hizo público su Pulsómetro, una encuesta muy apegada a la actualidad que mide el pulso político español. Era especialmente interesante porque recogía el estado de ánimo de la ciudadanía en torno a la estrategia de la confrontación del PP contra el resto de los partidos políticos en el asunto de la lucha antiterrorista, algo que tiene a las dos Españas en constante estado de nervios.

Era especialmente esperado porque en torno a la virulenta estrategia de confrontación y tensión había dos escuelas. La primera, la que aconseja al PP, sostenía que la angustia, la zozobra, la crispación en la vida política favorecen electoralmente a la oposición, porque el desconcierto se le descuenta, por principio, a quien gobierna, el responsable último de mantener el orden y la calma. La segunda escuela sostiene lo contrario: que la utilización de los muertos por el terrorismo en la confrontación política no recaba votos, se vuelve en contra de quienes pretenden aprovecharse de ella.

El Pulsómetro inmediatamente posterior al atentado (publicado el 8 de enero) recogió la onda expansiva del bombazo como un sismómetro: la derecha quedó entonces a tan solo dos puntos del Psoe en intención de voto, la distancia más corta desde las elecciones. El efecto del atentado funcionaba como era previsible, tal como ocurrió en el 11-M, pues buena parte del electorado traslada la culpa al que ocupa el poder en ese momento. Una vez cobrada la pieza, la derecha decidió, aconsejada por la primera escuela, no soltarla, cebarse en ella, comer de sus entrañas hasta el hartazgo, con la errónea idea de que cuanto más grande fuese la herida mejor sería la cosecha de votos.

Era un mal cálculo, por mezquino y por ignorante. Por mezquino, por cuanto de inmoral subyace en la estrategia del "cuanto peor, mejor para mi partido", pues antepone la salud partidista a la de la ciudadanía. Y por ignorante, por no tener en cuenta el análisis sociológico del votante de nuestro país. Ya desde la Transición los expertos en demoscopia saben dónde está el caladero de votos, como le gusta llamarlo: está en el centro, y oscila entre los dos y los tres millones de votantes, los suficientes para premiar con mayorías o castigar con el ostracismo. Es un voto conservador, poco amante de las estridencias y de las aventuras, más impresionable por las imágenes que por los programas, que compra "las ofertas del día" a través de los medios de comunicación.

En los dos extremos están los votos cautivos, eso que se ha dado en llamar el techo o el suelo electoral, inamovibles a no ser que ocurra alguna gran catástrofe política. Son votos de creyentes, incondicionales, cuyas tendencias políticas están grabadas casi en los genes. Ese granero se cuida solo, no hay ladrón que pueda robarlo. Ahí es donde incomprensiblemente falló el análisis de Génova 13, y digo incomprensible porque Aznar recibió los votos suficientes para formar sus dos gobiernos gracias a que funcionó magistralmente el canto de sirena centrista, con el señuelo de que al fin había florecido en España, como en una primavera democrática, un partido de centro-derecha.

El último Pulsómetro refleja que ese centro sociológico no soporta la grosería, el mesianismo, la pérdida absoluta de la educación por parte de quienes pretenden torpemente seducirles. Exigen en la batalla política una mínima estética de la ética. Son dos o tres millones desconcertados ante la desmesura de quienes comparan a Zapatero con un etarra, o con Stalin, o con Hitler, que intenta asignarle estúpidamente un personaje a cada cual más disparatado.

El resultado es el vaticinado por la segunda escuela: el Psoe vuelve a la situación anterior, a la de finales del año pasado, en que le sacaba al PP seis puntos de diferencia en la intención de voto. Además, dos de cada tres españoles cree que el PP está utilizando la lucha antiterrorista como arma política partidista, y que deben continuar las conversaciones con ETA para intentar llegar a un final dialogado. Y por si esto no fuera suficiente, en la valoración de líderes, Zapatero, aún con el desgaste de gobernar, alcanza un aprobado raspado, y Rajoy suspende con un 3,8 por ciento.

Yo lo único que deseo es que estos resultados sirvan de medicación para los nervios de Mariano Rajoy y la extrema derecha que le rodea. La están necesitando ellos y nosotros. Cuando los psicólogos del Partido Popular vuelvan al fin de esas vacaciones interminables se van a echar las manos a la cabeza ante la visión de cómo tienen la casa mangas por hombro. "Vamos a ver, ¿quién aconsejó a Mariano esa estrategia de supermán de la grosería? ¿Es que alguien se ha vuelto loco en esta casa?"

No deja de tener guasa que nuestra futura tranquilidad y sosiego esté en manos de los sociólogos de la derecha. Si es que de una vez por todas deciden dar por finalizado su veraneo austral, o donde coño estén escondidos.
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Meditación para hoy: el alcalde de Alhaurín el Grande, Juan Martín Serón, presunto delincuente al que se le imputan delitos de cohecho y prevaricación, se apunta al enredo nacional orquestado por el presidente de su partido. Se refiere al gobierno como "la pseudo república bananera de Zapatero", con el mismo rigor científico con que sus compañeros comparan a ZP con Hitler, Stalin o ETA, inconsciente él de que precisamente las repúblicas bananeras se distinguen, entre otros rasgos diferenciales, en que los alcaldes corruptos jamás son detenidos y llevados ante la justicia, como acaba de ocurrirle a él. Pero su incontinencia no quedó ahí, ahora viene lo bonito: "Las personas honradas en la cárcel, y la ETA en la calle". No tengo palabras, de verdad. Bueno, tengo muchas, pero se me agolpan. Sé que os dejo un ejercicio de meditación muy enrevesado, pero es que hoy tengo el día tocapelotas. Me vais a perdonar.

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