Fuego amigo

Mendigos bajo la alfombra

 

Las elecciones dan mucho trabajo extra. Previamente a la inauguración de un aeropuerto, una biblioteca o un hospital, se monta un zafarrancho de equipos de limpieza que recuerda al ajetreo de los hormigueros. Es más barato limpiar y pulir que poner aviones, comprar libros o hacer acopio de camas y quirófanos. Nunca había visto, por ejemplo, tanta gente trabajando durante tantas horas como en los últimos remates de la obra magna del faraón de Madrid, los jardines del Manzanares, para que estuviesen listos para su inauguración antes del 22 de mayo.

 

Yo cada vez invito a menos gente a mi casa porque la gallarda alcaldesa de mi hogar, como vulgar Gallardón, me tiene todo el día anterior con la lengua fuera, buscando telarañas por todas las esquinas, pelusillas bajo la cama, pasando el plumero por los quicios de las puertas y, sobre todo, escondiendo todas esas cosas que en tu vida cotidiana tienes a mano y a la vista pero que, al parecer, no sintonizan bien con la decoración de la casa, como ese amoroso cojín despeluchado que tanto me gusta para dormir la siesta. Tendré que mirar esa coincidencia entre mi santa y Gallardón.

 

El alcalde más caro del mundo considera que la visita de los electores, como la de los amigos, no debería verse empañada por bultos tirados en medio de la calle, que afean el paisaje, como esos mendigos sin techo que se abrazan al tetra brik de vino con idéntica pasión a como yo estrecho en mis brazos el cojín roñoso de mis siestas.

 

A Gallardón le encantaría acabar con los mendigos, más por estética que por ética, y vendería su alma por poder esconderlos bajo la alfombra. Y si fuese posible, aún iría más lejos: prohibiría por decreto que hubiese pobres, porque huelen peor que las rosas y porque entonan muy mal con el resto del mobiliario urbano. Todo un programa electoral.

 

Más Noticias