Mundo Rural s.XXI

EL TTIP Y EL MUNDO RURAL

Estefanía Torres. Eurodiputada de Podemos.

 

Soy de un pequeño pueblo de la costa asturiana que se llama Cudillero. Un pueblo que antaño estaba lleno de vida y que, desgraciadamente, los últimos años lo hemos ido viendo morir invierno tras invierno, llevándose con ello una parte de nuestra alegría cada tarde al comprobar que una pequeña tienda más tiene que cerrar o que otro joven se ve obligado a hacer la maleta para irse. Cudillero ha sido tradicional y eminentemente pesquero. Hoy, a duras penas, el sector resiste los golpes que recibe de los de arriba y, todavía, muchos hombres se juegan cada día la vida manteniendo latente nuestro recuerdo de aquello que fuimos no tanto tiempo atrás.

Tengo la suerte de que mi familia lleva regentando una pequeña pescadería allí desde antes de que yo naciera, y eso me ha dado la inmensa fortuna de poder criarme entre la escuela, las tardes en la lonja acompañando a mi abuela mientras colocaba el pescado en las cajas, y la pescadería, hablando con mi padre largas y frías tardes de invierno a la vez que yo, entonces e ingenua de mi, soñaba con conocer otras latitudes, otros mundos que me ayudaran a descubrir que había vida mucho más interesante que aquello. Y cuanto me equivocaba, por cierto.

Cuando era pequeña, mi pueblo estaba lleno de vida. De mi generación seriamos unos cuarenta críos y crías, hoy en día en el Colegio Asturamérica, donde yo estudie, los grupos llegan de milagro a los diez alumnos. Hemos ido perdiendo población a pasos agigantados y, ademas, la que queda ha ido envejeciendo a la misma velocidad. Muchos de mis compañeros de clase ya no están allí, algunos han abierto un pequeño negocio en el pueblo que intentan mantener como pueden los inviernos porque los veranos todavía les dan algún respiro gracias al turismo que sigue llegando, otros, los menos, van a la mar y luchan todos los días por resistir en un mundo cada vez más castigado y complicado.

Me gusta hablar de mi pueblo cuando pienso en el TTIP porque creo que estas normas que se nos presentan tan abstractas y lejanas, si son analizadas por su eventual impacto en lo concreto, nos ayudan a ver el enorme peligro que supondría su entrada en vigor. El TTIP pretende equiparar los estándares de calidad de los productos agroalimentarios de la Unión Europea a los de Estados Unidos (entre otras muchas perlas). Lo que quiere decir, nada más ni nada menos, perder salubridad y seguridad alimentaria. Por ejemplo, si este monstruo entrase en vigor, quesos que nada tienen que ver con el requesón de mi madre hecho a base de Afuega,l pitu o con la intensidad de un buen Cabrales, inundarían el mercado, harían que nuestros productores no pudieran competir con los precios y nos quedaríamos sin estas maravillas para nuestro paladar. En consecuencia, las queserías se verían abocadas al cierre y, por último, menos gente viviría en nuestros pueblos haciendo que otros muchos, a la larga o a la corta, también se vieran forzados a emigrar.

En Cudillero se pesca la que llamamos la "merluza del pincho", un producto de elevado nivel nutricional y que se captura con anzuelo. Se trata de una pesca rigurosamente sostenible y tradicional. Una de esas maravillas que resisten al paso del tiempo y que son parte de nuestro orgullo de pixuetos. A esta merluza ya le cuesta horrores competir con el pescado que viene de ni se sabe donde y que ha sido capturado no se sabe como para ser vendido a un precio mucho más barato.

Bien, si el TTIP entra en vigor, no habrá controles, ni siquiera los presentes, para todo el pescado que llegue, lo cual haría desaparecer del mapa este manjar que forma parte de nuestra idiosincrasia como pueblo y que ha sido sustento de generaciones. Un producto que no sólo da de comer a quien lo pesca, sino que genera valor añadido para todas las actividades que directa o indirectamente viven de él.

Cuando estos productos que son el pegamento que une a una comunidad determinada desaparecen, muere una parte de la identidad, la fortaleza y la soberanía de dicha comunidad. Y es que si nuestros productos desaparecen, nuestra economía se hace cada vez más dependiente de los productos foráneos y los pequeños negocios (como sucede en mi pueblo) dependen de quienes sólo vienen al pueblo en determinadas épocas del año. La consecuencia es que todas las políticas que se aprueban van dirigidas precisamente a ese sector, debilitando la soberanía de los pueblos para poner en marcha políticas que pongan por delante los derechos de los vecinos que están asentados en el territorio todo el año.

El TTIP es, por tanto, un ataque frontal a la soberanía alimentaria de los pueblos, un misil que se dirige sin miramientos hacia el corazón de lo que somos, que va dispuesto a matar nuestro mundo rural. Los pueblos que, como el mío, han conseguido sobrellevar el paso del tiempo, verán con este tratado que ni una sola temporada estival será capaz de hacerles aguantar otro duro invierno. Por eso, por nuestra sidra de manzana asturiana, por nuestros pescados frescos, porque somos la mancha quesera más grande de Europa. Y, más allá de Asturias, por nuestro aceite de oliva, nuestros vinos, nuestras naranjas valencianas o los plátanos de Canarias, nuestro presente como pueblo y el futuro de los que vienen detrás, tenemos una responsabilidad histórica: hay que parar el TTIP como sea. Y para pararlo hace falta una mayoría política que nos permita ser cada día más fuertes como ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho.

Por mi parte y mientras tanto, os puedo decir que cada vez que levantamos un cartel en el Parlamento Europeo, cada vez que damos batalla denunciando en los medios de comunicación que este tratado se está negociando a espaldas de la ciudadania, cada vez que luchamos contra él, en mi corazón está Cudillero y quienes lo habitan: mis amigos y mi familia. Mi gente.

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