Carta con respuesta

Ademán de déspota

Sorpresa generalizada y adhesión unánime a las palabras que callaron a Hugo Chávez. Sin embargo, parece que no tenía que ser nuestro monarca quién resolviera en solitario los desaguisados que nuestro Gobierno no sabe o no quiere afrontar. Don Juan Carlos ha estado, básicamente, espectacular. Levantarse de la mesa cuando el ex dictador Daniel Ortega daba ‘lecciones’ a España engrandece a nuestro país y honra su institución; y callar previamente a un Chávez crecido no es poca cosa. Lástima que nuestros gobernantes no estén a la altura, y la oposición tampoco.

DIEGO CONTRERAS ESPINA, Sevilla

Estoy de acuerdo con usted, ha sido espectacular: un espectáculo vergonzoso. En mi opinión, el rey ha meado fuera de tiesto. ¿Quién narices es el rey para mandar callar a un presidente elegido democráticamente? Hugo Chávez es un jefe de Estado, igual que el rey, aunque con una diferencia de cierta relevancia: ha sido elegido por la mayoría de sus ciudadanos. Sin embargo, la actitud de Chávez y sus palabras hacia Aznar no fueron adecuadas.

Cuando alguien dice algo inadecuado o con lo que no se está de acuerdo, sólo hay una cosa que se puede hacer: escuchar y después contestar. Lo inadmisible es la conducta del rey: mandar callar a alguien. O dejar a Daniel Ortega con la palabra en la boca. La chulería borbónica de Juan Carlos es lo único que yo no le consiento a mi hija. Siempre le digo lo mismo: escucha, hija, incluso a quien te hable con mala educación, escucha siempre hasta el final y luego responde lo mejor que puedas: con firmeza, pero sin descender nunca a su nivel. En el momento en que tú dejes de escuchar, ya has perdido toda la razón que tenías. A mi hija y a mí, que somos plebeyos, ni siquiera se nos ocurre nunca la autoritaria posibilidad de mandar callar a nadie. Mandar callar: el ademán del déspota, el sello real, la prueba del nueve de la prepotencia. ¿Con qué derecho se manda callar a alguien? Eso es cosa de reyes y de señoritos. El rey perdió así cualquier razón que pudiera haber tenido, hizo el ridículo y, lo que quizá es más importante, nos dejó en mal lugar a todos los españoles. A mí al menos me da vergüenza que un Borbón se pasee por Latinoamérica haciendo el chuleta en nuestro nombre. Para eso mejor que se hubiera quedado en su palacio y que hubieran acudido los consabidos virreyes, como en tiempos de la colonia: el conde de Cepsa, el marqués de Repsol, el vizconde de Telefónica o el barón de CEOE.

¿Sorpresa? No mucha, viniendo del rey nombrado por el dictador. ¿Adhesión unánime? Eso sí que no, Diego. A mí al menos la conducta del rey me parece una irresponsable salida de pata de banco. Confirma lo que pensaba del rey, sí; pero da vergüenza ajena.

RAFAEL REIG

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