Traducción inversa

El país adolescente

Llevamos diez días hablando de los incidentes de Pozuelo y ya parece un consuelo pobre pensar que esos jóvenes adictos al botellón y desafiantes de la autoridad son un problema reducible al viscoso magma adolescente. Digamos que la definición más exacta que conozco de la adolescencia es "estado de imbecilidad transitoria". La frase viene al pelo para aplicarla al fenómeno del botellón, pero habría que aclarar que el problema con lo adolescente, en la sociedad actual, consiste en delimitar sus fronteras.

  Coincidiremos en que un chaval de 16 años amarrado a una botella y tirando piedras a la policía no es un espectáculo edificante, pero ese mismo sujeto puede un día convertirse, perfectamente, en un médico afamado, o en un juez afiliado a la Asociación Profesional de la Magistratura. Pero, ¿y si resulta que ese mismo chaval de 16 años nunca deja de tenerlos, y llega a los cuarenta empinando el codo, berreando con sus amigos a las tres de la madrugada o tirando petardos indiscriminadamente sin respetar el derecho al descanso ajeno?

  Lamentablemente, este es un país adolescente, y muchos de sus habitantes van pasando por sucesivas edades sin despojarse nunca de esa "imbecilidad" primigenia, como una marca de guerra de la que pueden sentirse orgullosos. ¿Nos extrañará, entonces, que los teenagers se comporten como se comportan? Ellos sólo hacen lo que ven a sus mayores, lo que observan en su barrio, lo que aprehenden en el orden social en el que están inmersos. Un imbécil transitorio puede convertirse, así, en un imbécil permanente. Y los demás, en las gradas, a ver el espectáculo –y a sufrirlo.

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