Diario de un altermundista

Desde la tierra movida

Permítanme de nuevo que les haga llegar otra deliciosa carta de Tito Palacios, desde Chile, la tierra movida. Espero que les sirva tanto como a mí, para entender cómo se vive donde la tierra tiembla cuando se le antoja. Hermana: Mis hijos –tus sobrinos- vivieron el 27.02  el primer terremoto de su vida. Me sorprendió lo racional y ordenado de su respuesta, especialmente al considerar que ocurrió mientras dormíamos y que su experiencia en estos sucesos era igual a cero. Valentina  saltó de la cama y afirmó la TV hasta que se dio cuenta de lo inútil y frívolo que resultaba esa acción en medio del caos que vivíamos. Esteban  también salió rápidamente de su habitación, levantó a Catalina , la abrazó y se ubicó bajo el umbral de la puerta. Yorka, mi esposa, tomó a Emilio, mi nieto de 1 año, y lo protegió en todo momento. Yo, un histérico racional, miraba la escena y analizaba sus comportamientos. Mientras la tierra bailaba, pensaba en cómo Esteban podía saber que ése era un lugar apropiado para protegerse. Por qué Valentina dejó tirada la TV y salió a reunirse con todos, en qué momento Catalina se confió en los brazos de su hermano y no puso reparo en ubicarse en el umbral de la puerta y cómo Yorka tomó a Emilio como parte de ella y no lo soltó hasta bastante rato pasado el movimiento. ¿Por qué esas reacciones, si nuestros hijos no habían nacido cuando fue el terremoto del 85? La respuesta está en su ADN. Allí está la huella obvia de un nativo del cinturón de fuego, de un habitante de la frontera exacta entre la Placa de Nazca y la Placa Continental, de un terrícola nacido y criado en una tierra que es laboratorio experimental de la teoría tectónica de placas. La experiencia viene desde muy atrás. Tenemos un sismógrafo en el cerebro y la escala de Richter está en nuestra sangre.Aún tengo imágenes de mi primer terremoto. Fue por los años 60. Era domingo al mediodía y un tío, venido del campo, se abrazó a un árbol y luego corrió cuadras y cuadras para ir a refugiarse a un parque cercano a la casa. Demoró más de 6 horas en volver. Mi madre –tratando de mantenerse en pie y apretando demasiado fuerte mi cuello- llamaba a mi abuelo pidiéndole que regresara al interior de la casa "para que nos muramos todos juntos" y una tía, arrodillada en el suelo, se golpeaba el pecho con su mano derecha empuñada mientras suplicaba a gritos: "aplaca Señor tu ira y dame tu fortaleza". El terremoto del 71 tuvo lugar un día de semana, cerca de las 10 de la noche. El Presidente Salvador Allende había asumido hacía pocos días y apenas media hora después del hecho habló por radio llamando a la calma a la ciudadanía. Su voz, siempre pausada y serena, fue la del padre llamando a sus hijos a mantenerse tranquilos. Y el del 5 de marzo del 85 fue el más reciente. Yo estaba detenido en una comisaría del centro de Santiago. Llevaba preso 10 días sin acusación de ningún tipo, sólo me retenía el argumento de la seguridad nacional frente a mi labor periodística en un diario de oposición al régimen militar. Cuando se inició el temblor, el policía que me vigilaba, más joven que yo y con una alta motivación por su deber, me abrazó y tapó con sus manos mi cabeza, mientras me gritaba en la oreja que yo estaba bajo su responsabilidad y que nada me iba a pasar. Parte del recinto se vino al suelo con los movimientos, por lo que tuvimos que arrancar hacia el interior de un gimnasio, donde se había refugiado el resto de los policías. Observando lo que ocurría, me causó gracia que todos ellos, mientras veían el movimiento del edificio comenzaron a gritar "ya va a caer... y va a caer", al igual que hacía los opositores a Pinochet en sus marchas de protesta. Un toque de humor típico de nosotros, los chilenos. El toque dramático lo puso mi madre, quien vivió el terremoto, calmó a mi padre y al resto de la familia, dejó a todos ordenados, impartió órdenes sobre qué hacer, se embarcó en una moto todo-terreno junto a su yerno y cruzó media ciudad saltando sobre escombros, haciéndole el quite a los heridos y rodeando a los muertos que había en la calle para finalmente llegar a ver a la comisaría a su hijo –yo- y desmayarse en los brazos del teniente a cargo del recinto. Ni Vivian Leigh no lo habría hecho mejor. Y finalmente el 27.02, cuando pensé que el movimiento era de tal magnitud que nuestra casa iba a ceder y caería sobre nosotros. Pero allí aparecieron las reacciones naturales de Valentina, Esteban y Catalina. Espero que por allá por el año 2030, cuando un nuevo terremoto afecte la zona central de nuestro país, Emilio, que entonces tendrá 21 años, también sepa reaccionar. Mal que mal, es nieto de la tierra movida. Un beso. Tito Palacios

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