Al sur a la izquierda

No sobró la visita, sobró la foto

 

El presidente del Partido Popular, Javier Arenas, y el alcalde de Sevilla, Juan Ignacio Zoido, se han reunido con los padres de Marta del Castillo, pero esta vez lo han hecho acompañados de sus respectivas esposas. La presencia de ellas parecería quitarle a la reunión todas las feas adherencias políticas que suelen tener este tipo de encuentros, particularmente cuando se está a sólo dos meses de las elecciones.

 

No se habría tratado, pues, de un encuentro para hablar propiamente del endurecimiento de la Ley del Menor o para prometer cosas que luego el Gobierno difícilmente podrá cumplir porque muchas veces se trata de compromisos directamente inconstitucionales. No. La presencia de las esposas de Arenas y Zoido situaba el encuentro en una órbita más humana y sincera que la siempre sospechosa órbita política. No estaríamos, pues, ante los dos astutos líderes haciendo campaña, sino simplemente ante dos conmovidos padres de familia que, acompañados de sus igualmente conmovidas esposas, reciben a dos padres como ellos que han tenido la desgracia de que un desalmado haya asesinado a su hija y no haya revelado el paradero del cadáver.

 

El único problema es la foto. Lo único que enturbia ese bello relato de solidaridad y simpatía es la maldita foto que los servicios de prensa del Partido Popular difundieron del encuentro. A Arenas, Zoido y sus respectivas esposas los habría honrado personal y políticamente haber recibido en la intimidad a los padres de Marta, pero siempre y cuando no hubieran publicitado el encuentro. Zoido es un hombre de fe y debería saber que publicitar la virtud está muy feo, tan feo que al hacerlo deja de ser virtud y se convierte en otra cosa. No sobró la visita, sobró la foto.

 

Esa foto enturbia, envenena y cubre de sospecha el acto inicialmente virtuoso de reunirse con los padres de Marta para escuchar cuanto tengan que decir y compartir sinceramente su dolor por unos instantes. El civilizado y conmovedor rito de visitar a los enfermos, abrazar a los afligidos o dar el pésame a los familiares de un difunto se ve feamente instrumentalizado cuando uno se lleva el fotógrafo al hospital o el cámara al tanatorio, pues entonces uno está violando aquello que precisamente hace sincero y respetable el rito: la intimidad del mismo, su gratuidad, la convención no escrita de que no se debe traficar con el dolor ajeno y de que la compasión, la solidaridad, la empatía con quienes sufren resultan huecas e impostadas cuando se las utiliza para fines distintos de la propia compasión, solidaridad y empatía.

 

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