A ojo

En blanco y negro

Cuando el presidente Barack Obama presentaba su polémico plan de salud ante el Congreso, un representante republicano de Carolina del Sur le gritó:
–¡Mientes!
Obama no estaba mintiendo. Pero el problema es otro: el racismo. A Obama lo eligieron presidente de los Estados Unidos siendo negro; pero resulta que una vez elegido sigue siendo negro, y los racistas blancos no se lo perdonan. Comenta en The New York Times la columnista Maureen Dowd que tras el grito quedó flotando implícita en el aire del Congreso la palabra "boy", chico. "You lie!" no se traduce como "usted miente", sino como "mientes, chico". En Carolina del Sur se tutea a los niños y a los negros.

No sólo allá, claro. Eso lo sabe bien Obama. Hace año y medio, cuando era candidato, en un brillante discurso político que a la vez tuvo la virtud casi antipolítica de decir la verdad, planteó frontalmente el problema del racismo en los Estados Unidos:

–La de la raza es una cuestión que este país no puede permitirse ignorar.
Pero no limitó la cuestión a la relación no resuelta entre blancos y negros, resultado de "la mancha original de la esclavitud", sino que la amplió a los pieles rojas, a los asiáticos, a los latinos y a la masa –africana, asiática, latina, del Este europeo– de los inmigrantes ilegales. Y a las (todavía) mayorías blancas de la clase media, que se sienten amenazadas por todos los demás: los que venían de antes y los que ahora llegan.

En efecto, ese es el problema. La Europa del Occidente rico lo está viviendo de la misma manera. Pero Obama es un político que no juega apostándole al miedo, sino a la esperanza (y más aún lo hacía, como es natural, cuando era solamente candidato: tenía que diferenciarse claramente de ese tahúr del miedo que había sido George Bush y que se prolongaba el el candidato republicano McCain). No niega la existencia del racismo profundo, pero cree que las cosas pueden cambiar. Y cita como ejemplo su propio caso: el hijo de un negro inmigrante de Kenia y de una blanca de Kansas, casado con una mujer descendiente de esclavos y de dueños de esclavos, está hoy en la Casa Blanca de Washington. Los países no son estáticos, detenidos en el tiempo, prisioneros de su pasado. Advierte, sin embargo:
–Nunca he sido tan ingenuo como para creer que nuestra división racial se iba a resolver en una sola elección presidencial, y por cuenta de un solo candidato.

Afortunadamente no es ingenuo. Porque, como lo muestra el grito de odio del congresista sureño, lo tiene difìcil.

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