Apuntes peripatéticos

Don Marcelino

En primera fila, San Isidoro de Sevilla y Alfonso el Sabio. Detrás, con la entrada en medio, Nebrija, Vives, Lope de Vega y Cervantes. Siempre es agradable volver a saludar, antes de penetrar en la Biblioteca Nacional, a tan notable y variopinta compañía.

Y perturbador, ya dentro, encontrar delante, una vez más y justo en medio del vestíbulo, la estatua de Marcelino Menéndez y Pelayo, con su placa que reza: "Los católicos españoles por iniciativa de la Junta Central de Acción Católica". Y digo perturbador porque a don Marcelino, en su día director de la casa, se le recuerda hoy sobre todo por su libro Historia de los heterodoxos españoles (1880-1882), ingente trabajo, me imagino que hogaño poco leído, en el cual machaca a los mismos sin piedad. Marcelino Menéndez y Pelayo creía, como no pocos de las actuales derechas, que el español auténtico es católico o no será, y puso a parir, entre las ovejas negras más o menos contemporáneas, al militar liberal, pensador y gran personaje José Álvarez Guerra, abuelo materno de Antonio Machado.

Pero no seamos maniqueos. Don Marcelino amaba la poesía y supo apreciar al joven Rubén Darío. También a las mujeres, sobre todo, según dicen las malas lenguas, las venales (lo cual no parecería reñido, claro está, con su condición de férreo defensor de la fe).

¿Habría que dejarlo allí, él tan opuesto a los no afines, en el acceso a nuestra Biblioteca Nacional, hoy equiparable en servicios, por cierto, a las mejores del mundo? Creo que hay debate interno al respecto. Yo por mí le buscaba una ubicación más respetuosa con el espíritu de la Constitución.

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