Apuntes peripatéticos

¿Bloguear o no bloguear? Esa es...

Antes, uno sólo sabía si alguien le leía cuando –y no era habitual– se publicaba una carta al director. Hoy, la web posibilita y propicia un intercambio inmediato de opiniones entre lectores y columnista inimaginable hasta hace muy poco tiempo. Una auténtica revolución. Me acabo de dar cuenta plenamente de ello al repasar los comentarios provocados por estos mínimos apuntes semanales desde mi incorporación al diario en noviembre de 2008. Y tengo que decir que me han asombrado y fascinado por su cantidad y por el abanico de datos, reacciones y a veces prejuicios que contienen. Siendo, como soy, muy machadiano, trato de no olvidar nunca el consejo del poeta: "Para dialogar, / preguntad, primero; / después... escuchar" (¿Obama también le ha leído?).

Una columna es siempre un intento de diálogo y cuando se nos agracia con unas consideraciones, máxime cuando son críticas, incumbe escuchar, tomar nota y, si encarta, modificar e incluso rectificar.

Las reacciones adversas dan más que pensar que las benevolentes, naturalmente. Y más ganas de contestar (aprovecho para señalar que en mi último no creo haber recomendado, como se me achaca, que la estatua de Menéndez y Pelayo desaparezca de la Biblioteca Nacional, sino que tenga allí menos protagonismo, que no es lo mismo).
Quizás un día de estos me convierto en bloguero, aunque intuyo el peligro que casi seguramente supondría añadir a mi rutina diaria una actividad tan capaz de enganchar. Entretanto, agradezco con sinceridad a mis comentaristas, afines y no afines. De todos aprendo, con todos estoy en deuda. ¡Salud!

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