Apuntes peripatéticos

Jardín Botánico

En el prólogo de sus Novelas ejemplares, Cervantes nos recuerda que no siempre se puede estar en los templos, los oratorios o los negocios, y que hay horas de recreación "donde el afligido espíritu descanse". "Para este efecto –añade quien mucho sabia de tales aflicciones– se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan con curiosidad los jardines". Cada vez que me paseo por el Real Jardín Botánico de Madrid –uno de los lugares más hermosos de España– pienso en las palabras certeras del manco de Lepanto. Y nunca más que este inicio de primavera, cuando el recinto creado por Carlos III al lado del Prado, amorosamente recuperado durante las últimas décadas, está luciendo con esplendidez sus galas.

Según el precepto clásico, el arte debe enseñar deleitando. Lo consigue con creces el Botánico madrileño, creando en quien se para, admirado, ante un bello árbol desconocido, traído de algún país lejano, una flor nunca vista o una variedad de lechuga insospechada, el sano deseo de saber más, de inquirir más. Lo pude comprobar en mi última visita, cuando un discreto panel, con ilustraciones de distintas modalidades de hoja, me enriqueció amablemente el léxico: falciforme, acicular, flabelada, escuamaforme...

Quienes vivimos en la capital tenemos suerte de verdad al poder acudir a menudo a este rincón tranquilo y recoleto, tan expresivo de la mesura, la elegancia y las inquietudes científicas del siglo XVIII. Y que, en medio de tanto estrés y ruido, nos proporciona una auténtica "recreación" cervantina del espíritu.

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