Apuntes peripatéticos

¿La BBC que viene?

No soy británico ni lo he sido nunca. Con desinterés, pues, me incumbe aseverar, como cosa cierta y manifiesta, que la BBC, desde su fundación, ha ofrecido, primero en radio y luego en televisión, el mejor servicio público del globo terráqueo, con el propósito declarado de proporcionar a la vez, sabiamente combinados, entretenimiento digno e información objetiva. Y ello sin publicidad comercial. Desde hace décadas, los británicos llevan aceptando que, para poder gozar de un servicio de calidad así, hay que pagar cada año, por el solo hecho de poseer un televisor, un canon estatal. Lo han hecho sin rechistar. A cambio han podido disfrutar, entre otras infinitas ventajas, todas las grandes películas del mundo sin un solo corte. Lo cual significa cultura, respeto y hondura. Es una magnífica noticia, por ende, que el Gobierno vaya a seguir el modelo de la corporación británica en su reforma de TVE –aunque recurriendo a otro sistema de financiación–, con la supresión de los malditos anuncios (más de 400.000 anuales entre ambos canales), que convierten en esperpento cualquier pretensión cultural por parte del ente. En medio de las tinieblas que nos envuelven, la decisión es poco menos que revolucionaria.

Claro que hay protestas y resistencias. Claro que las televisiones privadas, y las empresas de telecomunicaciones, no quieren tener que financiar en parte el nuevo ordenamiento. Pero debe primar el interés público. Y no sería malo si, al mismo tiempo, desapareciera de nuestras pantallas el repelente bodrio cotidiano, en hora punta, de Corazón, corazón.

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