Apuntes peripatéticos

Ensimismados en el Prado

El jardín de las delicias, en su momento propiedad de Felipe II, es una de las más geniales creaciones artísticas de todos los tiempos. Creo que nadie lo pondrá en tela de juicio. Dichosos, pues, quienes podemos acudir con cierta frecuencia al Museo del Prado y extasiarnos una vez más ante el milagro. Milagro hasta en sus más mínimos detalles, como esta brillante serie de pájaros captados, entre tanto animal de fábula, con una exactitud asombrosa, o la piscina de en medio, ocupada por el grupo de rubias (con alguna negra) más hermosas de la pintura universal, desnudas como todas las figuras de la obra menos la de Cristo.

Entre tanta pequeña escena hay una que llama la atención por su singularidad, al menos a quien esto escribe: la de la pareja de amantes que El Bosco ha colocado dentro de una burbuja cristalina en el lado izquierdo inferior del panel central del tríptico. En este no escasean las parejas enamoradas, pero ninguna tan ensimismada como la que nos ocupa aquí. Nada de lo circundante les importa a estas dos criaturas que, desde luego, tienen olvidada la amenaza del atroz Infierno bíblico que se representa en el ala derecha de la obra, con su horripilante panoplia de monstruos sádicos, instrumentos cortantes, cuerpos martirizados y edificios en conflagración.
Los amantes encapsulados del Prado, entregados a su excluyente carpe diem y ajenos a todo lo demás, quizás sirvan para recordarnos, en estos tiempos de crisis, que el mundo exterior existe y a menudo sufre. Y que sin solidaridad con el prójimo no vamos a llegar a ninguna parte.

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