Apuntes peripatéticos

Moriscos (2)

En el capítulo 54 de la segunda parte del Quijote se narra la vuelta a España, poco después de la expulsión, del morisco Ricote, ex tendero del pueblo de Sancho Panza. Va disfrazado de peregrino alemán. El reencuentro de los dos es tan gozoso como lleno de interés el relato del desterrado. Según este le asegura a Sancho, el rey actuó bajo "inspiración divina" al expulsar en masa a los moriscos, dados sus "ruines y disparatados intentos" (no especificados) y el hecho de que, si bien entre ellos había "cristianos firmes y verdaderos", resultaban tan pocos "que no se podían oponer a los que no lo eran". Con "los enemigos dentro de casa", razona el exiliado, el monarca no tuvo más remedio que echarlos a todos.
¿Fue la opinión de Cervantes? No lo creo, y mucho menos a la luz de las siguientes matizaciones de Ricote. A algunos, dice, la pena del exilio definitivo les parece "blanda y suave". Pero para él y los suyos es "la más terrible que se nos podía dar". Y sigue: "Doquiera que estamos lloramos por España: que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural".

Son palabras que sólo podía escribir un simpatizante. Y que expresan, con nobleza, un sentimiento que aun hoy persiste entre muchos descendientes de aquellos españoles infortunados.
En su edición del Quijote, Martí de Riquer justifica la expulsión de los moriscos diciendo que estos, "aparentemente convertidos, seguían practicando de escondidas sus ritos y en general llevando vida nociva a la sociedad". Pero, ¿cómo iban a llevar medio millón de seres, en su gran mayoría industriosas gentes de campo, vida generalmente nociva a la sociedad? Se trata de una grotesca calumnia retrospectiva. Terminaré.

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