Balagán

Sinaí

El ataque del domingo por parte de un grupo de terroristas islamistas contra una posición del Ejército egipcio en la frontera con Israel en el que han muerto 16 policías muestra que la península del Sinaí es un polvorín que puede explotar en cualquier momento.

Con solo medio millón de habitantes, la peninsula es ahora mismo el foco de mayor tensión en Egipto, y desde hace años sirve de base a terroristas y delincuentes, beduinos e islamistas.

El ataque del domingo es el más grave del que se tiene memoria y parece que ha conseguido que el nuevo gobierno egipcio se ponga manos a la obra para llevar allí el orden que no ha existido durante décadas.

De lo ocurrido se pueden extraer varias conclusiones. Una de ellas, que no es la menor, es la impotencia del presidente Mursi que ha tenido que suspender la participación en el funeral de las 16 víctimas porque se temía por su seguridad.

El primer ministro Qandil, nombrado por Mursi, se retiró del funeral después de ser zarandeado y golpeado por los asistentes, todos ellos afines a las fuerzas armadas, que acusaron a Mursi y Qandil de ser responsables de la muerte de los policías.

Los grupos islamistas y beduinos que controlan la zona utilizan la península como base para sus operaciones de tráfico de armas, drogas, inmigrantes y de blancas, así como de base para sus ataques contra intereses israelíes y egipcios.

Los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel prevén una presencia limitada de las fuerzas de seguridad egipcias en el Sinaí, y esto es algo que deberían renegociar las dos partes si su intención es llevar la paz y la tranquilidad a la península.

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