Monstruos Perfectos

Life in plastic is fantastic

Tengo que confesar que lo mío con las cirugías plásticas ajenas es de una fijación casi enfermiza. Que no puedo con esta plaga de rostros tirantes, pómulos spoilers, labios reventones, párpados rasgados, barbillas recortadas, orejas a la plancha, frentes al ras y naricillas–pezón.

Me enferma esta demencial exhibición de clones faciales que supone no sólo un ataque contra cualquier sensibilidad estética mínimamente delicada, sino también un espeluznante retrato de unos tiempos de estandarización y normalización supuestamente salvadoras. Pero por si eso no bastara, por si la uniformización de los rostros y la desaparición de los gestos expresivos en las caras de las actrices que amamos en otros tiempos no fuera suficiente, hay casos que nos enfrentan a un uso de la cirugía plástica extrema aún más indignante. O más patético. Según cómo se mire. Casos de estiramientos grotescos e innecesarios, que ya no ocultan los años ni los defectos, sino que se convierten en pura ostentación, en un chabacano símbolo de estatus que, en estos tiempos de supuesta democratización del lujo, estaría al alcance de muchos menos que un bolso con monogramas falsos.

Otra cosa son las prótesis mamarias (en ellas y en ellos), las nalgas redondeadas o los miembros masculinos engrosados con silicona. Ahí no suele haber jactancia, sino pura estrategia comercial que permitirá, con suerte y tiempo, alcanzar ese ansiado estado de opulencia que paga los nuevos rostros.

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