Monstruos Perfectos

Desenfrenados, desviados,... y espías

No me sorprende en absoluto que los servicios de inteligencia británicos, los míticos y tan javiermarianos MI5, hayan llegado a un acuerdo con los responsables del grupo gay de presión -pero muy suave, no vaya a ser que deje marcas- Stonewall para reclutar entre sus filas a futuros espías del gobierno al servicio de su graciosa majestad, Maribel de Windsor. Ni, por supuesto, me escandaliza la dócil disposición de una plataforma supuestamente reivindicativa de los derechos de gays y lesbianas para convertirse en una agencia de colocación de homosexuales en las cloacas del estado. No es la primera vez, ni será la última, que Stonewall se pone en evidencia, se baja los pantalones ante el poder y olvida lo que debe ser, exactamente, un grupo de presión.

Stonewall ya demostró su bajeza moral hace más de veinte años, cuando la emprendió contra el director de cine y militante gay Derek Jarman por criticar, a través de una carta abierta en The Guardian, al actor -y destacado miembro de Stonewall, mucho antes de serlo de la Hermandad del Anillo- Ian McKellen, que aceptó ser nombrado caballero por el mismo gobierno conservador que, en aquella misma época, promovía los valores familiares tradicionales, miraba hacia otro lado en la lucha contra el sida, seguía considerando a los maricones como no aptos para altos cargos oficiales y usaba su red de espionaje para hacer de las homosexualidades, ocultas a la fuerza, armas arrojadizas o elementos de chantaje contra sus enemigos y rivales políticos.

Leía ayer durante el vuelo de regreso a Barcelona, en No pienses en un elefante, una reflexión de su autor, el lingüista George Lakoff, sobre los métodos conservadores para atacar la posibilidad del matrimonio gay: "Gay para la derecha connota un estilo de vida desenfrenado, desviado y sexualmente irresponsable. Por eso la derecha prefiere matrimonio gay a matrimonio entre personas del mismo sexo". Un análisis que encajo como puedo con todos los titulares de la prensa británica acerca del negocio de fichajes entre el MI6 y Stonewall, donde se repite invariablemente el término gay spies (espías gays). Espías maricas. Espías maricones, como lo habría traducido el gran Miguel de Molina: "De marica nada; maricón, que suena a bóveda". Amén. Desenfrenados, desviados, sexualmente irresponsables... y espías. Para qué queríamos más.

Lo mejor de la (mala) noticia ha sido el placer de reencontrarme con uno de mis mitos en las páginas de actualidad, Sir Anthony Blunt: eminente historiador de arte que espió para los soviéticos durante la guerra fría y que los periódicos mencionan como ejemplo para ponerle antecedentes a la figura del espía homosexual. Aunque rojo y traidor, claro. Un caballero fascinante de quien soy devoto admirador y a quien John Banville puso voz ficticia en su espléndida novela El intocable, donde recuerdo haber leído la mejor definición que conozco del sabor del semen: "el sabor intenso, a pescado y a serrín, de su semen". Una maravilla de precisión.

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