Cartas de los lectores

15 de diciembre

El hombre que plantaba árboles
He leído en la sección Medio Ambiente de su periódico que Ecologistas en Acción busca voluntarios para sembrar 145.000 árboles en este año nuevo que se avecina.

De inmediato recordé al señor Elzéard Bouffier, ese pastor de la provenza francesa que el ilustre Jean Giono nos presenta en el libro que da título a la presente carta. Un hombre solitario que de manera absolutamente desinteresada plantaba semillas de roble, haya y abedul en una tierra yerma y seca, que gracias a él conoció de la belleza y la brisa suave.

Si en este mundo hubiera dos señores Bouffier, cuatro poetas que destilaran whisky, un científico muy cabreado, dos bailarinas eternas y miles de niños curiosos, los árboles nacerían por generación espontánea por el solo hecho de deleitarse con los sanos quehaceres humanos. Necesitaríamos también un gallo que nos cantara y varios tomates en rodaja. Simple. Como el hecho de plantar un árbol. Deseo que esta iniciativa sea un éxito rotundo.
Francisco García Castro
Estepona

Catastrófico falso dilema
Un humorista ha dibujado varias grandes chimeneas industriales, ante las que un hombre reflexiona: "Cuando no echan humo, me duele el estómago; y cuando lo echan, me duelen los pulmones". Es la actitud del hombre industrial –no sólo de Estados Unidos– que hoy debilita la cumbre de Bali, tras la de Kioto, y a toda nuestra civilización, con un descontrolado desarrollo, exponencialmente insostenible.

Apenas cabe pensar en un falso dilema más catastrófico. Porque ahora es posible una industria mucho menos dañina para la salud, menos contaminante. Y porque el desarrollismo salvaje perjudica cada vez más los estómagos, no sólo de los hambrientos –cuyas materias primas son saqueadas o contaminadas–, sino también de los sobrealimentados.

En efecto: las enfermedades y muertes por comer demasiado en el Norte se aproximan cada vez más a las de los desnutridos del Sur. Pero, en una nueva forma de locura colectiva, sin precedentes por su extensión y gravedad, el Norte continúa aceleradamente su desbocada carrera, en una autodestructiva, insolidaria y antiecológica orgía consumista, máxime en estas fiestas de fin de año.
M. Llopis Piferrer
Barcelona

Domésticos remedios
Entre cuentas y cuentos tengo a la familia contenta en estas fechas entrañables. Asegura el Gobierno que el receso económico en Navidad es menos flatulento si comemos conejo. Si en lugar de comprarlo nosotros mismos lo cazamos, los ministros de Agricultura, Sanidad y Cultura nos felicitarán seguro las fiestas por asegurarles que consumimos productos nacionales, comemos sano y practicamos deporte.

Subirá la luz y, como no contribuye al cambio climático y lo permite aún el Código Civil, acabaremos calentándonos a bofetones los adultos y a cachetes los pequeños.

Subirá también el abono transporte, pero la Seguridad Social aconseja andar mucho sin importar los síntomas que presentes, por lo que disponer de uno se considerará un abuso contaminante. Y la patronal dice que los sueldos ni tocarlos, que si no la inflación se dispara y nos mata a tiros a los de siempre.

Crisis, ¿qué crisis? Eso son cuentos, porque a grandes males, las pobres familias siempre encontramos domésticos remedios.
Ulises Bellón
Madrid

Templo intercultural
La Mezquita de Córdoba fue en su origen templo visigodo cristiano, después mezquita durante cerca de 500 años y posteriormente catedral católica. El Papa debería predicar con el ejemplo la tolerancia, la caridad y la indulgencia no oponiéndose a que la mezquita de Córdoba llegue a ser templo intercultural.
Antonio Ruiz Heredia
Madrid

Europa, ¿pacto sin partes?
El pacto social que pretende recrearse en la Unión Europea, manteniendo la apariencia de democrático, se va reduciendo a cuestiones demasiado genéricas. Otorga derechos formales muy extensos –libre circulación de personas, mercancías y capitales–, pero no hace referencia a los elementos menos formales, como serían la realización efectiva de esos derechos, ni a ideas como las de aceptación o eficacia social de los mismos.

Carece de intencionalidad política, no es una empresa colectiva que pueda llevarse a cabo en grados diversos, según el propósito de sus actores, sino, más bien, un producto precipitado naturalmente, ajeno a las voluntades individuales e impuesto a las mismas por la fuerza de los hechos económicos y del mercado. En definitiva, aparenta ser un pacto sin partes donde todos ganan sin cesión de intereses ni identidades, y eso es, por lógica, imposible.

El Consejo, la Comisión, el Parlamento y el nuevo Tratado de Reforma se legitiman porque permiten nuevas oportunidades de negocio, incluso donde antes se reconocían derechos sociales básicos (enseñanza, sanidad, comunicaciones...). Y, además, nos van a situar en un lugar de privilegio en el sistema mercado-mundo. La cuenta de resultados ha sido el único criterio de evaluación utilizado hasta ahora, en espera de que la acumulación de riqueza generase espontáneamente la solidaridad y la cohesión social suficientes, y legitimadoras, de la UE.

Pero desde el punto de vista del ciudadano europeo, lo que ocurre a nuestro alrededor parece el resultado de manipulaciones, de gestiones, de intereses ciegos. Con frecuencia la autoridad no es explícita, no se identifica como responsable de las decisiones tomadas, que se fundamentan en la propia racionalidad burocrática y tecnológica de la organización, y que nadie se atreve a cuestionar.

Si la UE quiere dotarse de un proyecto común positivo, debería articular nuevas formas de representatividad para que las decisiones se tomen colectivamente (todas las decisiones, las económicas también). Porque de todos los valores a compartir por los europeos la eficacia económica tal vez no sea el más importante.

Luis Fernando Crespo Zorita
Alcalá de Henares (Madrid)

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